Cuando un día cualquiera abres tu bandeja de entrada después de haber dado buena cuenta de tu siempre protocolario desayuno de traductor basado en un buen tazón de leche sin lactosa con unas generosas cucharadas de Cola Cao© —también acepto sucedáneos—, acompañado por una cuantiosa ración de cereales de chocolate y unas tostadas bien regadas en aceite, y lees un correo electrónico donde te invitan a dar una charla en un seminario especializado de traducción, perdonadme la expresión —y sé que lo haréis—, te acojonas. Y no sólo te acojonas sino que el protocolo matutino que se había instalado plácidamente en tu estómago empieza a emitir unos ruiditos extraños, seguidos de unos persistentes retortijones que te invitan a tomar asiento en otro sitio.
