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Los traductores también se lesionan

Quizá no somos infalibles, aunque algunos clientes puedan pensar lo contrario. A veces olvidamos que estamos hechos de muchos músculos, huesos, tendones, cartílagos y un cerebro que no traduce las veinticuatro horas del día. De vez en cuando, también le da por enviar mensajes inequívocos de dolor a ciertas partes de tu cuerpo que asistían impertérritas al paso del tiempo. Llamémosle «rodilla». El que suscribe lleva haciendo deporte desde que tiene uso de razón —antes de que ese incómodo compañero llamado «seso» llegara a mi vida—, practiqué la modalidad de «gamberradas deportivas», variedad en franca recesión consistente en correr como alma que lleva el diablo y no mirar hacia atrás hasta que la lengua no te roce el ombligo. Todo niño bien criado debería haberlo practicado. Me consta que un tal Usain Bolt se lo tomó muy en serio y no le ha ido mal del todo.

No seré yo el que hable de ergonomía, higiene postural, sillas, reposapiés y demás premisas de indudable interés, sino que serán otros los se tomen la molestia de ahorrarme el trago. Recomiendo a todo aquel que haya sufrido, sufre o vaya a sufrir lesiones de diversa consideración que tengan muy en cuenta las siguientes lecturas:

– Traductora de-formación profesional: Mil dolores pequeños, mi deformación profesional.

– Vida de traductor: categoría ergonomía y salud.

– La Linterna del Traductor: Ergonomía y traducción.

– El traductor en la sombra: categoría productividad y ergonomía.

– Con el calco en los talones: pilates para traductores.

Estas lecturas son aleccionadoras, pero tienen ese componente de frialdad asertiva, o lo que es lo mismo, «está muy bien, lo tengo en cuenta, pero voy a ponerme con la traducción que voy con retraso». O sea: asientes, estás muy de acuerdo con lo expuesto, pero… «si eso, ya me pongo mañana. Además a mí nunca me ha pasado nada». Mal, mal. Como las experiencias personales calan más, voy a dejar de lado ese discurso neutral que te anima a comprarte una silla ergonómica y casi te obliga a asentir en señal de aprobación, para pasar a relatar en una sencilla tabla el proceso subjetivo a través del cual me di cuenta de que no tenía las articulaciones indestructibles de He-Man.

ETAPA

DIAGNÓSTICO

REFLEXIÓN

1

Dolor leve en la rodilla derecha. Contractura en la espalda «No pasa nada. Estar un pelín agarrotado es normal con este proyecto tan largo. Esta noche un poco de mancuernas y listo».

2

Dolor incesante en las lumbares. Dolor agudo en la rodilla. «Estás hecho un trapito, chaval. Descansa un día y eso se te pasa. Vas bien de tiempo».

3

Mismo diagnóstico etapa 2 «Oiga, esto es preocupante. Tengo que reducir las horas de ordenador e ir al fisioterapeuta».

4

Mismo diagnóstico etapa 2 + rodilla inflamada y con sensación de inestabilidad al caminar Fisioterapeuta: «Rai, tienes una tendinitis en el tendón rotuliano de la rodilla derecha. Si tienes la espalda cargada se debe a los malos apoyos que realizas. Nada, nada y nada».
Rai: «A partir de ahora, Phelps a mi lado, un principiante».

5

Dolor en espalda y rodilla remitiendo. «Vaya mi%&!* de productividad. Descansa, no queda otra y, hala, a la piscina».

6

Mismo diagnóstico etapa 5 «De tanta piscina estoy más arrugado que un higo, pero nado con la gracilidad de un atún rojo del Atlántico. ¡Ah, sí! A ver cuándo termino el proyecto».

7

Molestias en espalda y rodilla. Dolor, lo que se llama dolor, ya no. Fisioterapeuta: «La rodilla ha mejorado mucho. Si sientes dolor, vuelve a llamarnos».
Rai: «¡He terminado el proyecto!»

8

Aquí me encuentro ahora mismo.

Este es mi caso real. Pongámosle que el periodo de dolor/molestias físicas lleva conmigo más de un mes. ¿Qué pudo provocar la lesión? Qué sé yo… un mal gesto, una serie de malos gestos, una lesión dormida que le ha dado por despertar ante un esfuerzo anormal de la articulación. Muchísimas causas para una sola conclusión tras la lesión: inactividad. Y, a menos que seas banquero, político o de sangre azul, un periodo de inactividad es un verdadero contratiempo para el traductor autónomo. ¿Por qué?

Inviertes tiempo y dinero en tu recuperación.

– Esa inversión, si bien absolutamente necesaria, no es rentable para tu actividad económica.

La productividad desciende hasta límites insospechados e incluso llega a paralizarse.

– Cabe la posibilidad de que tengas que rechazar proyectos y oportunidades por culpa de tu enfermedad o estado físico.

La búsqueda de clientes, una faceta primordial en el trabajo del traductor, ha de abandonarse necesariamente.

Es necesario despedirse de la rutina habitual, esa amiga inseparable y fiel del traductor. Ella quiere volver, pero no tienes más remedio que decirle: «ya te llamo yo y quedamos; no insistas».

La salud emocional podría llegar a resquebrajarse por todo lo expuesto anteriormente.

Rodilla derecha: «no sabes el mes que llevo…»
Rodilla izquierda: «calla, que los marrones me los como yo»

Conclusión tan poco brillante como lógica: nuestro buen estado físico y mental es la fuente de la que bebe la productividad. Y no es menos cierto que cuando nuestro cuerpo habla, debe ser escuchado. Eso implica que cuando algo duele, molesta o importuna incesantemente es poco inteligente continuar con nuestra rutina habitual. Lo sensato es aminorar la marcha o incluso detenerse y no mentirse premeditadamente con el «mañana se me pasa».

¿Evitables este tipo de contratiempos? No todos. Hay situaciones que no somos capaces de dominar ni prever, pero sí hay otras que podríamos evitar con buenos hábitos. Estar sentado en una silla de ordenador durante horas y horas —sí, vale, la tuya es muy cómoda y la mía también— no es la mejor manera de cuidar nuestro cuerpo. La solución es el ejercicio moderado, pero tampoco sirve cualquiera. No soy nadie para decir lo que cada cual tiene que hacer con su cuerpo, pero sí tengo algo de experiencia deportiva para recomendar o descartar ciertas prácticas si se practican de forma habitual.

El tiempo me ha demostrado que los deportes basados en arrancadas y paradas súbitas son peligrosos a largo plazo. Hablo de fútbol, tenis, pádel, baloncesto y demás deportes donde medie un esférico. Son modalidades deportivas con tendencia a la descompensación muscular y articular y pueden llegar a provocar lesiones como tendinitis, contracturas, roturas fibrilares o fracturas por estrés. Desgraciadamente, casi nadie goza en este tipo de deportes de un estado físico y una genética tan destacable como la de Cristiano Ronaldo o la de Roger Federer, deportistas que sólo visitan el hospital para conocer a sus nuevos hijos o visitar a niños enfermos.

Correr,… tampoco. A nivel articular es una práctica poco recomendable. Trote, trote, trote, trote y así hasta llegar a meta provocan a largo plazo problemas en rodillas y caderas. Conozco a más de uno, dos o tres atletas populares bien curtidos con prótesis y no, ya no salen a correr. En contrapartida, hay prácticas que pueden ser muy recomendables para fortalecer progresivamente esos músculos que tenemos dormidos y agarrotados durante varias horas al día en una silla. Llamémosle pilates, yoga, ejercicios específicos —no autodidactas, por favor— de mantenimiento-tonificación muscular o natación. Cualquier modalidad que permita una adaptación progresiva al esfuerzo y desarrollo muscular.

Perezoso: «Empieza tú, que luego, si eso, voy yo»

Todos sirven para el propósito final: sentirse bien a nivel físico y mental. Hay lesiones inevitables, pero hay otras muchas que entran dentro del saco de las eludibles. A veces nos ahogamos con la facturación trimestral, la declaración de la renta, la resolución de dudas terminológicas o los plazos reducidos, pero no nos paramos a pensar que, sin salud, todas estas cosas son inabordables e insignificantes. Como empresarios autónomos debemos prestar atención a nuestro negocio, imagen de marca y servicio profesional, pero no es menos cierto que todo ello es una tarea estéril si no cuidamos de nosotros mismos. Así que el sedentarismo y el «mañana me pongo» no es una opción válida, pues conviene desterrar de nuestro ideario la imagen del traductor estático, de ojos rojos pegados a una pantalla y cuerpo atrofiado en una silla con respaldo abatible.

Traducción voluntaria sí, pero…

Hace poco me topé por casualidad con una traducción de extraordinaria calidad: finísima escritura, giros excepcionalmente traídos a la lengua materna, fluidez, fluidez y más fluidez en la lectura. Pensé que el profesional habría recibido un pago holgado, —me gusta pensar que la gente cobra bien por trabajos bien hechos, aunque a otros les dé por pensar que eres un burgués de bata y puro— hasta que me di cuenta de que estaba leyendo el resultado de una traducción voluntaria. De paso, quedó demostrado que la fórmula «traducción voluntaria = churro infumable» no siempre se cumple en todos los casos, a menos que entre en la ecuación la variable Zuckerberg.

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[Des]encuentros en la primera fase

¿Diferentes contrastes, no?

Todo traductor sabe que labrarse una carrera como profesional autónomo lleva su tiempo. Nadie llega y besa a San Jerónimo para cobrar, poco tiempo después, tarifas de dos cifras por palabra y que los clientes caigan plácidamente desde cielo envueltos en papel celofán de colorines. Hay que ser muy constante, saber perder —mucho— para después ganar, saber encajar muchos silencios indiferentes, asociarse con inteligencia, saber qué contactos son beneficiosos y cuáles perniciosos, no dejar de moverse en cualquier ámbito que consideremos de nuestro interés y, sobre todo, no caer en la tentación de pensar que este mundo cruel y sanguinario nos da la espalda. Son los principios básicos del manual de constancia del traductor autónomo principiante que tan bien desarrolla Ana en su última entrada.

Pero que yo sepa, no conozco a ningún traductor que emplee un sofisticado sistema para alimentarse de la luz que emite la pantalla del ordenador. Los sueños, las letras, los libros, las series y tantas otras cosas sirven de alimento para otras partes de nuestro organismo pero el estómago, que manda mucho, pide manduca con subida de IVA incluida. Y para tener unos ingresos más o menos estables, el que suscribe se presentó a una entrevista de trabajo para ingresar en plantilla como traductor de documentación de una empresa. Fui sin demasiadas expectativas para evitar chascos innecesarios, confiado en mis posibilidades y con ganas de saber cómo estaba el mercado laboral en plantilla que hacía tiempo que no palpaba. Un trabajo en plantilla me serviría para prolongar la carrera de fondo denominada «búsqueda de clientes del traductor autónomo en su etapa inicial» con fundamentos económicos más sólidos. Here I go!

Entro a la oficina ya, ¿vale? Me la encuentro excelentemente iluminada, con un mobiliario atractivo y un personal que inspira confianza al ser prácticamente de mi generación. La entrevista comienza con el protocolo habitual; nada interesante. Unas cuantas preguntas y unas respuestas sin mucha sustancia relativas a mi formación y experiencia. Noto cierto entusiasmo al confirmar que, además del inglés, también domino el francés. A continuación, explicación necesaria del puesto de trabajo que paso a resumir: traducción de la página web y todos los contenidos que se vayan generando, atención telefónica y por correo electrónico con clientes extranjeros incluyendo también la traducción de ciertos correos problemáticos que requieran la participación de un profesional de la lengua que sepa expresarse más allá de ese inglés medio español, en suma, tarea mastodóntica de expansión internacional de la empresa con la consiguiente implantación en nuevos mercados. Evidentemente, la oferta de trabajo que publicó esta empresa no entraba en este tipo de detalles —que quizá consideraron irrelevantes—, y solo hacía hincapié en la necesidad de contratar a un traductor. ¿A un traductor nada más?

Los problemas empezaron a surgir cuando la encargada de Recursos Humanos me preguntó qué sueldo consideraba que era justo cobrar por ese trabajo. Mi respuesta, sin ser pretenciosa, trató de ser justa y ecuánime según mis principios laborales y el contenido de la oferta que me acababa de describir. Le introduje un rango de mínimo y máximo sueldo sin ningún tipo pretensión o intento de presionar lo más mínimo. Al fin y al cabo, es la empresa la que establece el precio final de lo que vale un trabajo. Sólo dije que un sueldo mileurista no estaba justificado para un puesto de esa naturaleza.

Lo que no me esperaba era una respuesta tan visceral por parte de la entrevistadora que me preguntó si sabía en qué ciudad quería trabajar, que no estaba en Madrid o Barcelona, que tenían que pagar una cotización a la Seguridad Social y que un trabajador como yo les saldría muy caro. Puedo asegurar que no pedí la luna, sólo lo que consideraba justo y digno para cualquier trabajador que tuviera que emprender esa tarea. Me indigné muchísimo ante tal ataque de pedantería empresarial y le contesté que no conocía su volumen de negocios, ni lo que facturaban al año, pero un sueldo por debajo de los mil euros estaba totalmente fuera de lugar. Si no le apañaba una respuesta como la mía, mejor que no hubiese preguntado. Sigo pensando que no debería ser agraviante para nadie querer cobrar un sueldo digno; quizá y sólo quizá, es peor sentir cómo había cierta pretensión en el ambiente por hacer que me sintiera como un aprovechado/ventajista o, simplemente, percibiera que quería vivir por encima de mis posibilidades reales. Obviamente, la segunda parte de de la entrevista no había tomado la mejor dirección.

Después de explicarle con paciencia y comprensión que no hacía traducción simultánea sino interpretación y las diferencias entre la traducción inversa y directa, me preguntó si mi pronunciación inglesa tenía acento español. Me limité a contestarle que para cualquier persona nacida en España que ha aprendido cualquier lengua extranjera aquí es harto complicado que abandone ese deje español a la hora de pronunciar cualquier idioma extranjero. La influencia de la lengua materna, que en la inmensa mayoría de los casos suele ser la lengua de uso diario, juega un papel extraordinario en este caso. Le hice ver que no tenía el maravilloso acento British de Colin Firth pero tampoco el de Nadal cuando da sus discursos después de ganar cualquier torneo. La comunicación y el entendimiento puede existir entre dos personas con acentos diferentes y es bastante simplista asociar el nivel de inglés y la competencia de una persona a un acento particular.

Me parecía tan absurdo como estéril continuar por ese camino. Fue entonces cuando me dijo que le daba auténtico pavor contratar a una persona que pronunciara «jeloóu» al iniciar una conversación. A mí también me lo daría como empresario. Me limité a contestarle con brevedad que no era mi caso porque ya empezaba a sentirme, una vez más, molesto. Finalmente terminó reconociendo que era una manía personal y que no tenía importancia. Eso sí, ya lo había dejado caer y me había tocado el hocico un ratito. Además, bien claro dejé desde el principio que no era nativo —mi nombre y apellidos me delatan— y que simplemente podría hacer un buen trabajo en esa empresa. Si un perfil no interesa por cualquier motivo, no se convoca la entrevista y punto pelota. Nadie pierde el tiempo así.

Ni Forrest en plena forma la termina en cinco minutos.

La última parte de la entrevista fue el momento más surrealista de la mañana: me encontré con tres folios en español encima de la mesa para que fueran traducidos al inglés. Vale, vamos. Entonces llega ese momento en que me da elegir entre un bolígrafo o un lápiz. Con estupefacción le indico si voy a hacer la prueba sin ordenador y sin acceso a glosarios o consulta de internet. También me señala que lo ideal sería que hiciera la traducción en cinco minutos. «Corre, Rai, corre» y me viene a la cabeza la imagen de Tom Hanks trotando como un poseso y me descojono por dentro. La risa floja por poco aflora porque tres páginas en cinco minutos al inglés ni un monete oligofrénico, oiga. Le pregunto si lo que estoy viviendo es una situación real de trabajo en la empresa ya que para cualquier traductor serio que se precie es un contexto totalmente delirante.

Me repite que no va a haber «apoyos externos» y que traduzca lo que me dé tiempo. Cojo mi lápiz cual buen amanuense cisterciense y, hala, a traducir. La entrevista está a punto de terminar no sin antes tener que enfrentarme a la siguiente pregunta: «¿Tú qué harías si te encontrases con una situación así en una conversación telefónica? ¿Improvisarías?» Aproveché la ocasión para decirle que «evidentemente improvisaría» y, de paso, recordarle que estaba incurriendo en un error de bulto ya que no comprendía bien las diferencias comunicativas entre un contexto oral y otro escrito. Una de las últimas cosas que le dije es que la calidad de una traducción ha de valorarse por el producto final resultante de un largo y complejo proceso lingüístico y no por un borrador escrito en lápiz con multitud de tachones.

Tampoco había mucho más que añadir a la entrevista excepto el último apretón de manos protocolario y un «ya te avisaremos cuando tengamos el resultado de la prueba». ¡Ah, bueno, sí! Escuché antes de irme que quizá cambiarían ciertas cosas del proceso de selección de personal. ¡Albricias! ¡Un atisbo de humanidad! Cierro la puerta de la oficina, sabedor de que no iba a volver a traspasarla. De la indignación pasé a esa satisfacción personal que solo uno siente cuando ha hecho las cosas respetándose a sí mismo: mi dignidad, a pesar de los golpes, había quedado intacta. Que la autoestima hay que cuidarla todos los días, señores, y un sueldo cualquiera y un trato como el recibido no merece ni el más mínimo atisbo de autocomplacencia. No podemos gustar a todo el mundo y, si lo pretendemos, seremos unos infelices de por vida. Quizá buscaban a un mono tití resultón con 900 pulsaciones por minuto y se toparon con una persona de carne y hueso respondona. Qué sé yo…

De traductológico a traductoril

Cambio de piel bloguera pero, servidor, sigue teniendo las mismas ganas de escribir y compartir siempre que haya algo que contar. Y como la cosa va de cambios, leía con mucha atención hace unos cuantos días la última entrada de Pablo cuyo título no dejaba lugar a dudas: los arrepentimientos en los saraos de traducción no están permitidos, o lo que es lo mismo, una vez entras por la puerta y empiezas a escuchar a los ponentes está comprobado emocionalmente —científicamente todavía no, pero me da a mí que el Instituto Coca-Cola de la Felicidad pronto querrá inspirarse en nuestras conexiones astrales antes, durante y después de los congresos para sus anuncios publicitarios— y avalado por el más insigne sanedrín de gurús de la Traducción y la Interpretación que la letanía de lamentos o indefiniciones del tipo «mira que ADE tiene más salidas y aún estoy a tiempo» o «como traductor me siento maltratado por esta sociedad» se diluye sin dejar rastro. Si te vieras parafraseando al atormentado Bécquer con «mi vida es un erial, flor que toco se deshoja…» todavía estás a tiempo de no arrastrar tus perlados piños en el suelo.

Porque morradas va a haber de todas las facturas a lo largo de nuestra vida personal y profesional: algunas con resultado de magulladura y yodo en la zona afectada y otras con heridas penetrantes con necesaria aplicación de puntos de sutura. Pero oye, si hay algunas universidades y otras instituciones que han optado por ofrecer estos métodos de prevención,… ya se sabe: póntelo, pónselo. Y no es que en estas reuniones se repartan preservativos a cascoporro junto con el programa y el bolígrafo de la entrada sino que sirven de pantalla para, al menos, atisbar la realidad que hay detrás de las cuatro paredes de tu facultad —o de tu casa o lugar de trabajo—. Y eso, se paga con gratitud y buena compañía.

Porque el riesgo de contagio de todo tipo de enfermedades venéreas es elevado, muy elevado. A estas alturas, qué más da que tomen el nombre de privatización, universidad, educación, valores o democracia si lo que verdaderamente importa es que la cepa principal se llama miedo y se vende en serie y de forma legal. No es que estas reuniones acaben con el pánico de un plumazo pero sí ayudan a combatirlo. Sí actúan como una buena medicina preventiva y, de paso, hacen emerger, más que nunca, un conglomerado de estructuras idealizadas que están demostrando su incapacidad para conseguir los objetivos que antaño les fueron asignados. Ni papá Estado ni mamá Universidad van a ser capaces de sacar las castañas del fuego. Es hora de quemarse y experimentar cómo los dedos se achicharran en contacto con la realidad, que está que arde.

No hace mucho que salí de la universidad pero, en mi época, habría pagado muy bien por asistir a congresos de esta naturaleza. Mi promoción no mostró demasiado entusiasmo por la profesión y los intereses personales estuvieron muy por encima de los colectivos. A día de hoy, puedo contar con los dedos de las manos a aquellos excompañeros que sé que se dedican al mundo de la traducción o la interpretación. Y no es cuestión de hacer leña del árbol caído, pero el grueso mi promoción se dedicó mayormente a obtener un título de prestigio que les facilitara el ingreso en el mercado laboral de un modo más directo gracias al conocimiento de idiomas que se presupone tras obtener el grado. Totalmente respetable ese camino, pero las cifras no mienten.

Hace unos años la carrera-profesión de Traducción e Interpretación era una más, con alumnos tan preparados como desmotivados. Creo que ciertas cosas apenas han cambiado: los planes de estudio siguen inmóviles en la inmensa mayoría de los casos, desde las más altas instancias se apela al corporativismo y la permanencia en la mediocridad, Bolonia ha resultado ser un bofetón con la mano abierta y algunos docentes siguen empeñados en que las nuevas generaciones continúen desenvolviendo su tradicional rollo de papiro, acompañados por ese rancio perfume, para realizar sus traducciones a la espera de que las hermosas valquirias les guíen hacia la tierra prometida, esa Valhalla que sólo existe en una mente modelada en el siglo XX y no en el XXI.

Pero, ¿qué está pasando ahora? ¿Rebelión? ¿De dónde surge todo ese entusiasmo que ha conquistado el mundo de la traducción y la interpretación desde la base? Las redes sociales y la blogosfera han obrado el milagro. Multitud de mentes entusiastas siguen poniendo su granito de arena para que nuestra profesión tenga el reconocimiento que merece. Muchos han encontrado en entradas de blog, foros de discusión o conversaciones en Twitter lo que no se halla, generalmente, dentro de un aula: mundo real. Es un movimiento que se muestra ajeno al inmovilismo y me despierta una enorme simpatía, ya que, como poco, contagia ese interés tan necesario que encaja tan bien con el inconformismo.

Abrir un blog también va a ser un atentado contra la autoridad

Consecuencia lógica: crecen blogs como setas y hay duplicidades de contenido. La solución, fácil: no leer lo que nada aporte y esperar a que el tiempo pase la barredera para llevarse el material sobrante a la papelera de reciclaje. Prefiero ver la explosión de bitácoras de traducción como el fiel reflejo de que nuestra profesión se hace cada vez más visible y todo el mundo tiene ganas de contribuir y compartir sus vivencias. La plasmación de un estado de ánimo positivo. Que luego explote o no esa burbuja ya no está en nuestras manos… Y no es preocupante. El contenido lo gestionan los lectores y ellos deciden entre lo relevante y lo desdeñable. Y considero que el lector es muy inteligente. Parece que olvidamos que todos fuimos novatos un día y no por ello nos mandaron directos al patíbulo. Demasiada rabia y comportamientos inquisitivos con este tema. Y es que siempre ha sido más fácil arrancar una flor de raíz que dejarla crecer.

Los peligros en nuestra profesión perviven, como en cualquier otra, pero como brillantemente expuso Oliver Carreira en su presentación del ENETI, nadie se ha librado de ellos en sus respectivas épocas. Diferentes collares anudados a la nuca de los mismos perros. Y los perros, desde que son perros, no han dejado de ladrar. Este movimiento renovador demuestra que hay personas dispuestas a tomar las riendas de un caballo hermoso y trotón como la AETI. De ellos depende cabalgar con fuerza y garbo por esos pasillos de universidad o convertirse en un dócil poni de feria con el lomo encorvado de tanto ser montado.

Queremos tomar conciencia de que somos traductores e intérpretes y se nota. Es un primer paso hacia la visibilidad y el respeto profesional, que no está nada mal para empezar. Si será una moda pasajera o es el principio de algo más grande lo iremos viendo con el paso del tiempo. Además, nos brinda la inigualable oportunidad de encontrarnos con personas que vale la pena conocer y que, ¡albricias!, comparten tus mismas inquietudes, padecen los mismos males y participan de tus alegrías. Son ocasiones donde te das cuenta de que la traducción y la interpretación son mundos insondables, versátiles, si se quiere caprichosos, pero con un poder de atracción enorme. Momentos para todos los públicos con el fin de que pequeños y mayores se pongan las pilas, recarguen baterías o simplemente las cambien por unas más eficientes. Porque, aunque no lo parezca, a todos nos gusta sentir que pertenecemos a un gremio del cual sentirnos orgullosos.

Le coup de Rhin

Si supiera el Rin lo que se le viene encima...

Hay algo muy poderoso que crea lazos inquebrantables entre los más de siete mil millones de habitantes de este planeta. El hermanamiento universal ajeno a discursos políticos e institucionales. Filipinos, canadienses, birmanos, azerbaiyanos, monegascos, uruguayos, zimbabuenses, españoles o franceses compartimos una característica que nos convierte en auténticos semejantes. Somos fracciones reducidas a común denominador. Pero oye, ¡qué intriga! ¿Qué es eso que nos convierte en soldados rasos sin distinciones, méritos, ni galones?

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Mi visión de la Jornada UA

Cuando se celebra un congreso, seminario o curso siempre hay cierto caudal de reacciones blogueras. Pero es que con la #JornadaUA o, lo es que lo mismo, las II Jornadas de Transición al oficio de traductor e intérprete el río de crónicas se nos ha desbordado por completo. Y lo que es mejor, hemos asistido al nacimiento de muchas bitácoras de traductores motivados gracias a dicho evento. ¡Noticia estupenda! Un servidor quería escribir una crónica completa, muy a lo periodista de investigación pero, ¡ejem! ya se me ha adelantado toda la tropa y me parece que la exclusiva la tienen otros merecidamente.

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¡Letras de Sastre cumple un año!

Pues sí, hace justo un año que decidí lanzarme a la aventura de escribir este blog por lo que creo que esta fecha señalada bien merece una nota a modo de recordatorio, por pequeña que sea, para echar la vista atrás y valorar todo lo que ha sucedido en este tiempo. Empecé con esa duda que entiendo está en las cabecitas de todos los aspirantes a traductor-bloguero: ¿Qué puedo aportar? Porque claro, hay espejos donde mirarse pero hay que abrir ventanas para inspirarse. Y así comencé un 9 de febrero de 2011, inaugurando un rincón virtual que no sabía si iba a tener como únicos lectores a esos abnegados familiares que piensan que un blog es esa libreta de gusanillo en la que apuntar la lista de la compra.

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Traducción no es mediocridad

Je suis fatigué de cet être médiocre, sans avenir, sans confiance en l’avenir […].

Palabras de Marguerite Yourcenar en Alexis ou le traité du vain combat, la cual, entre muchas otras cosas, se dedicaba a traducir. Y es que hay mañanas, sobre todo en estas últimas semanas, en las que ha sido bastante complicado mantener el temple y la compostura ante la llegada de ciertas noticias desconcertantes. Y estoy convencido de que muchos colegas sintieron la misma sensación que yo, mezcla de pasmo e indignación, al leer ciertas cosas que me llevan a pensar que la mediocridad se ha hecho más visible que nunca en el mercado de la traducción.

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Revista Traditori: primera parada

Los Reyes Magos han llegado anticipadamente con un regalo muy deseado… ¡La Revista Traditori! Han sido meses de gran trabajo y excelente coordinación entre todos los que han participado en este proyecto. Con la mejor de las voluntades, grandes dosis de ilusión y muchas ganas de presentar una publicación innovadora, fresca y funcional ha nacido esta revista que pretende ser un referente en el mundo de la traducción y la interpretación.

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El deseo de un traductor cualquiera

Descubrí quiénes eran los Reyes Magos a los nueve años. Y no, no puedo culpar a esos compañeros de clase que soportaban con mayor o menor grado de estoicismo a aquel tarambana que ponía en práctica las últimas técnicas aprendidas a la hora de la merienda gracias a Son Goku y compañía. Por cierto, todos los personajes hablaban un catalán maravilloso y nosotros lo reproducíamos tal cual aquí abajo, en Alicante, sin ánimo de mancillar el buen nombre de valencianos ilustres. Sólo queríamos jugar, pero nunca a ser político. Recuerdo que «fotre el camp» era una de las expresiones más utilizadas por los actores de doblaje catalanes para expresar que alguien debía «marcharse con viento fresco». El otrora niño revoltoso pide ahora un deseo a través de un lingüista: que la última palabra de esta expresión sea modificada añadiéndole una «s», una mayúscula inicial e incorporando el sentido literal como posible o, si se quiere, «presunta» acepción.

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