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La traducción es un arte menor

Así me lo soltó el tipo, sin concesiones. Fue la carta de presentación de una persona que acababa de conocer y su respuesta inopinada al comentario de que me dedicaba a traducir. La conversación posterior carece de interés, más bien porque fue un monólogo, un perfecto discurso político de un individuo con muchos derechos y escasos deberes. Sus cansinos delirios de grandeza, su grandilocuencia y su extrema megalomanía me aburrieron soberanamente. Sigue leyendo

De empachos y errores

Los días más cortos del año sirven para colapsar la red con los resúmenes más largos de la temporada. Llegan esos temidos decálogos repletos de negritas y tipografías modernas, esas recapitulaciones que narran la vida y obra de sus autores, esos buenos propósitos tan aplaudidos como incumplidos y esos consejos untados en almíbar que nunca pediste. A mí eso de aconsejar no se me da muy bien; es más, me da mucho respeto. Prefiero quitarme esa máscara, tan socorrida en estas fechas, y hablar de cosas más pedestres y no tan etéreas.

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Tópicos

Enseñanzas hay muchas y de muchos pelajes, pero pocas tan valiosas como las que surgen en momentos fortuitos. Ese súbito instante donde una frase, reflejo de una actitud, te enfrenta a una cruda y heladora realidad. Andaba, hace unos días, en la presentación de una nueva novela de un joven escritor francés que venía avalado por no sé cuántos premios de prestigio conseguidos en el país vecino. Pero lo que terminó de convencerme para aparcar un rato mis obligaciones fue la presencia de la traductora al español de dicha obra. Novela, exilio, Francia, traducción, idiomas francés y español con sus correspondientes visiones del texto… En definitiva, un bocado atrayente.

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Prioridades

Vuelvo a esta casa después de un tiempo de folios en blanco. Hay razones de peso: trabajo y prioridades. Escribir con el depósito vacío y soltar morralla estomagante con el único objetivo de firmar el certificado de asistencia no va conmigo. No quiero contribuir al llenado de ese contenedor de papel plagado de pleonasmos, insistencias, profecías y aforismos. Que ya está bien.

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Los osos y la traducción

[box] Well, dude, sometimes you eat the bear, sometimes the bear eats you. [/box]

Caminas con energía por un sendero que, a pesar de no haber hollado nunca, te inspira confianza. De súbito, tus pasos te guían hacia un bosque cerrado y húmedo, y la senda, otrora un hilo desgastado de guijarros relucientes por el sol primaveral, es ahora una maraña de matorrales secos y espinosos. El clima montañoso, tan salvaje como antojadizo, te castiga con una fina llovizna cuyas gotas escarchadas penetran, con parsimonia, en todos y cada uno de los poros de la piel, tensando músculos y ateriendo huesos. El relente, motivo de evasión para la mayoría de las criaturas vivas, no lo es para el oso de espesa capa de grasa que, erguido sobre sus patas traseras, clava la mirada en ti con la desconfianza que otorga una visión miserable y ese recelo, surgido del instinto natural, que enfrenta a especies totalmente diferentes desde los albores de los tiempos.

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Externaliza, que algo queda

No estaba muerto, estaba de mudanza. Era eso. Ahora que he cambiado las soleadas tierras del sur de la Comunidad Valenciana por el indomable cierzo del valle medio del Ebro, me dispongo a seguir contando las mil y una peripecias que adornan la vida del traductor autónomo. Que la visión mágica y eterna del Moncayo me ilumine.

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¿De quién es la culpa?

No es fácil reconocer nuestras faltas. Y cuando el corporativismo media, la tarea redentora se complica enormemente. Tras la lectura de esta entrada, he rebuscado inmediatamente en ese rincón del cerebro destinado a almacenar recuerdos y he revivido esa experiencia que padecí en una oficina espaciosa, perfectamente iluminada y de inmaculada factura del inframundo empresarial. Nada hacía presagiar el atentado que iban a perpetrar esa mañana soleada contra la moral de un traductor inexperto pero no por ello imbécil. Buscaba un trabajo, no una celda de castigo. Han mudado de hojas los árboles y sucedido bastantes cosas positivas desde entonces. No obstante, las personas empáticas, además de jorobarse con el mal ajeno, también reflexionan.

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Hasta siempre, 2012

El reloj no forma parte de mi vida. Soy mucho más feliz desde que no lo contemplo con recelo. Me gusta pensar en el tiempo como un elemento dotado de una fluidez constante que se rebela ante cualquier tipo de encorsetamiento. Esta reflexión la intento aplicar a mi vida diaria, sabedor de las muchas limitaciones a las que me enfrento. No obstante, el fruto más peregrino que se puede degustar al mirar atrás debe tener un sabor dulce y no es otro que contemplar el camino por el que has transitado desde un lugar más elevado. Siempre desde un punto más alto con respecto al trayecto que has realizado.

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Los medios y la traducción

[box]Traductor recién nacido: ¡Bua, buaa, buaaa! (Llanto desconsolado según Martínez de Sousa).

Traductor adolescente: «Paso un huevo de la traducción. No da ni pa’ pipas».

Traductor adulto: «Algo tiene que cambiar en la traducción, pero no tengo tiempo».

Traductor septuagenario: «Son los jóvenes los que tienen que arreglar el «tema» de la traducción».

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¡Oh soledad, mi sola compañía! —que diría el poeta de Sevilla—. El tema de marras, el de siempre, el que cuando sale a luz consigue aumentar las ventas de pañuelos moqueros de tamaño extra grande. Y volvemos a las andadas con el artículo de El País que los traductores —literarios o no— han compartido hasta la saciedad estos últimos días. En este erial de sombría atmósfera, lar de plañideras y velos negros, parece haber un rayito de esperanza ya que el bueno de Juan Cruz ha dedicado un artículo al noble arte de la traducción. El gremio, emocionado, lo comparte porque considera que se ha dado un pasito más hacia la ansiada visibilidad. Como Teruel, los traductores existen. ¡Ea!

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Abstente y resígnate

Aunque lo parezca, sustine et abstine no son los nuevos medicamentos lanzados al mercado por Pfizer para combatir esa enfermedad llamada «crítica» que se propaga como el sarampión. No, señores. Se trata, efectivamente, de un lema estoico que han hecho suyo unos cuantos cabrones que deben estar crujidos de risa en sus poltronas mientras retuercen el cuello de sus semejantes. Si Séneca levantara la cabeza, ¡cuántas infusiones de cicuta prescribiría entre tanto canalla! Cualquier cosa con el fin de alcanzar la ansiada ataraxia. No es mi intención desvariar más de la cuenta pero, ¿qué tendrá que ver el estoicismo con una profesión como la traducción? ¿Habría que soportar las imposturas sin más reacción que una mueca de desaprobación? No exactamente.

«No sé si podré abstenerme de «encicutar» a unos cuantos…»

Estas cuestiones no han sido objeto de análisis sesudos y resulta comprensible esta falta de interés, ya que no tienen la más mínima importancia práctica. Tú allí y yo aquí. Pero se puede inferir, sin mucho esfuerzo, que el mundo de la traducción es un rincón tremendamente heterogéneo. Y entre tanta disparidad se cuelan opiniones contrapuestas y cierto tufillo a hipocresía. Las redes sociales han permitido que nos acerquemos como profesionales pero, quizá, nos han alejado de la compresión de su propia imperfección. Ellas no tienen la culpa. Somos nosotros los que, en ocasiones, creamos un mundo monocromo donde tendemos a uniformizar opiniones y a fundar creencias. Esto es así y es así. Y, además, favorecen los procesos de ego tripping.

Hay etiquetas que no ayudan a desmontar el mito de traductores llorones. Y existe cierta convicción de que los traductores somos una raza de artistas de las letras, tocados por el cayado de San Jerónimo, que se apoyan en la salud, en la enfermedad, todos los días de su vida. Incierta e incómoda reflexión porque desvirtúa lo que creo que es verdaderamente importante en mi profesión y nos conduce hacia el peligroso terreno de la endogamia. Que se lo digan a Carlos II. Nos enzarzamos en disputas febriles por asuntos que se escapan de nuestras manos y que únicamente creemos que afectan a nuestro cosmos. La vuelta al «pobre de mí, qué solito estoy».

En la vida real pretender caer en gracia a todo el mundo es tarea tan imposible como estéril. Las redes sociales no pueden maquillar esta evidencia, precisamente porque la de mayor éxito solamente está programada para ofrecer una visión sesgada del asunto. Me gusta. Otra cosa muy diferente es que se empleen para compartir conocimientos y recursos por puro altruismo y nos hagan más fácil nuestro día a día. ¡Viva el progreso si es para esto! Ahora bien, la verdadera batalla está dentro de nosotros mismos. Alejándose de sentimentalismos, oratoria de mercadillo, paternalismos universitarios y otras excusas para no ver lo que tenemos enfrente, el traductor es un profesional que debe hacerse a sí mismo. No hay otra opción.

Todo este tiempo que llevo corriendo cortinas en el mundo de la traducción y asomando la nariz, me ha servido para extraer muchas conclusiones que no sólo me han hecho crecer como profesional sino también madurar desde el punto de vista humano. Y es así, en tiempos revueltos, donde todos, sin excepción, nos enfrentamos a retos que permiten conocer de qué pasta estamos hechos. He podido comprobar en primera persona lo competitivo que es el mercado de traducción, contemplar la negociación de tarifas al menudeo, experimentar largos periodos de silencio y falta de trabajo, apreciar el valor de los buenos contactos, valorar la enorme importancia de una profunda especialización para alcanzar ese grado de diferenciación que te desmarque del resto, estimar en buena medida la renovación y el reciclaje profesional o considerar diferentes estrategias empresariales. Y todo esto como pequeño botón de muestra.

«Soy un lobo, soy un lobo…»

Importante cultivar estas capacidades, pero echo de menos una actitud de la que no se habla mucho, prácticamente nada: la humildad. Traductores capaces, buenos traductores, grandes traductores, traductores profesionales, traductores famosos, pero… ¿traductores humildes? La humildad no se enseña, pero se debería mencionar más a menudo. Nada es asimilable sin la humildad suficiente que te permite reconocer tus errores, detectar tus puntos débiles, darte cuenta de que debes seguir mejorando, reparar en que en una maratón no gana el más rápido y explosivo sino el más resistente y tenaz. Profesionalidad y personalidad son indisolubles. Y estas cosas ni se imparten en clases magistrales, ni se pueden adquirir en establecimientos autorizados. Se experimentan como parte de un proceso constante de aprendizaje. Y no hay protocolo que valga, solo la improvisada valentía del que sabe, por puro empirismo, que levantarse siempre será la última fase de un proceso ininterrumpido de caídas.