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Sin blog no soy nada, ¿o sí?

El otro día estaba disfrutando de mi recreo particular en Twitter a media mañana, cuando Isabel escribió con indisimulada sorpresa que había sido nominada para estos premios tan chulos que, no vamos a negarlo, despiertan esa ilusión infantil e inocente por recibir la bolsa más grande de chucherías en la carrera de sacos de la excursión de turno. A nadie le amarga un dulce dicen, ¿no? Lo primero que hice fue alegrarme mucho por mi paisana y por su fantástico blog, «El traductor en la sombra», que a estas alturas ya todo el mundo conoce. Y lo segundo echar un vistazo a la inmensa ristra de blogs nominados. «Se mantienen los de siempre» —dije mientras echaba una ojeada— que, año tras año y con todo merecimiento, se sitúan en la cresta de ola por constancia y buenos contenidos. También algunos nuevos. «Muy bien» —dije a modo de reafirmación—, por eso de que la savia nueva es un agente vivificador de primer orden. Mi voto, ya decidido, para después. Había llegado el momento de se mettre au boulot.

Último desplazamiento de la barra hacia arriba y… en un golpe de vista fugaz leo «Letr». Alucinaciones o como se dice en mi pueblo: «qui té fam, somnia en rollos». Pero no, ahí estoy con mi blog de apenas un año de edad, todavía el querubín con la necesidad de que le cambien los pañales porque a veces se hace pipí y popó y llora desconsoladamente por las noches. Pero claro, algo es obvio: si estoy en esa lista es porque algo he aportado a la comunidad del diccionario durante todo este tiempo. Pues oye, la bolsa de chucherías para mí y a ponerme de dulce, que uno es goloso con gusto.

Otra cosa: no voy a pedir el voto para mí, ¡qué va! Me da la sensación de que guardaría cierto parecido con esos pimpollos que depositan todo su orgullo en la insufrible coletilla «envía un SMS al». Sí, quizá banalice el asunto o tal vez sufra un terrible trauma provocado por determinados capullos —televisivos— de alhelí. O las dos cosas. El caso es que siento un profundo orgullo al estar en esa lista entre tantos ilustres profesionales a los que admiro. Y por cada voto que reciba, mil millones de abrazos. Pero, ¿realmente qué me ha dado este rincón en el año y pico que lleva desde su nacimiento?

Respuesta evidente: visibilidad. Ahora, otra pregunta: ¿Qué he buscado a través de este blog? Expresarme y compartir. Si he llegado de un modo u otro al público ha sido consecuencia de las líneas escritas, pero nunca ha sido un objetivo buscado, precisamente, porque mis contenidos no cumplen con el perfil prototípico de entradas SEO friendly. Por eso creo que es tan importante dar prioridad a la publicación de contenidos con sello propio, no necesariamente inéditos como apuntan algunos, pero sí con un marcado carácter personal. Creo que el genio y la autenticidad de cada cual debe verse reflejado a través de lo expresado para así legitimar los contenidos de una forma incontestable. Ya hay demasiada copia de copias que a su vez provienen de fotocopias previamente transcritas. ¡Uf! Quitemos la aguja del vinilo rayado y que siga sonando la música.

Hay monetes muy listos que separan muy bien el grano de la paja. Ciertos contenidos les provocan somnolencia.

Ya se habló en su momento del estallido de blogs en el mundo de la traducción y opiné al respecto en mi anterior entrada. Habiendo un tamiz tan inteligente llamado «lector», ¿para qué enervarse más de la cuenta? Esto es como la RAE que, juiciosa como pocas, acaba adoptando y adaptando vocablos que por su uso masivo merecen formar parte de sus magnos lexicones. Es el caso de «pirsin» o «zum», auténticos paradigmas de la cordura y sensatez de los académicos. Dicho esto, creo en la perspicacia natural del lector, sabio como pocos. Con todo, sigo notando y percibiendo que existe, en este tiempo de estallido bloguero, una especie de arrebato irracional que conduce irremediablemente al personal a decir: «tengo que probarlo». Bien, ¿por qué no hacerlo? Pero antes, ¿por qué no pensarlo? ¿O es mucho pedir tratándose de una pulsión?

La verdad es que el argumento del «hay que probarlo todo para saber si me gusta» no me acaba de convencer. Cuestión de ineficacia empírica. Si siguiera a pies juntillas este precepto ya me habría apuntado a la fase previa de Roland Garros ahora que París debe estar tan bonito. Tal vez llegaría a jugar con algún tenista clasificado entre los cien primeros… ¡que jugué como federado hasta los 16! Y oye, que no me desenvuelvo mal en pistas de tierra batida, roja, por supuesto. Y, ¡anda! Que he estudiado, entiendo y hablo francés. Por probar… Pero mira tú por dónde que no lo acabo de ver claro. Aparentemente perfecto, ¿no? Pues veo grietas en estos razonamientos, y ya se sabe: siempre amenazan ruina. Ilusión y aportación van envasadas en el mismo tarro.

Entrenando con disciplina espartana.

El canto a lo Amaral «sin blog no soy nada» desafina mucho. Porque realmente creo que existe una percepción equivocada o quizá algo distorsionada de lo que entraña la blogosfera, al menos bajo mi punto de vista. Compartir fue mi primera y única motivación desde que en febrero de 2011 inauguré este blog. Tenía ganas de escribir, interactuar y contribuir. Y siguen siendo mis principales motivaciones a la hora de ponerme ante una hoja en blanco. El resto se traduce en satisfacción y felicidad, como diría Pablo Muñoz. Debe ser bastante exasperante esperar a que los cielos blogueros se abran por intercesión divina de los santos gurús de la traducción y la reputación online y lluevan billetes, a poder ser, morados o amarillos. Al menos en mi tierra llueve muy poco y en otros lugares caen batracios tan grandes como el puño de Cassius Clay.

Modelo a seguir en Twitter.

Como bien dijo Isabel: «visibilidad no es sinónimo de profesionalidad». Estoy de acuerdo, pero añadiría entre el «no» y el «es» la palabra «necesariamente». No se trata de un principio axiomático. Leo asiduamente unos cuantos blogs cuyos contenidos, tono, expresión, inflexiones o manera de abordar los asuntos me interesan y fascinan. Y me parecen los mejores profesionales del mundo mundial. Conque lo de la visibilidad es un marchamo engañoso. Única y exclusivamente los contenidos actúan como jueces competentes para conocer de una causa determinada. ¿Tienes 100.000 seguidores? Vale, enséñame tu trabajo. No todos sabemos esforzarnos como la Kardashian. Como le dijo César a Pompeya en la versión siglo XXI: «el traductor no sólo debe ser profesional, sino parecerlo».

¿Número de seguidores? Inmensamente sobrevalorado. Habrá centenares de páginas donde rutilantes coachs que tienen, como poco, 10.000 seguidores —estoy seguro de que en la Real Academia de Coaching hay normas sesudamente establecidas que no permiten otorgar el preciado título al aspirante que tenga menos de 10.000 seguidores en Twitter— relatarán, con ese entusiasmo contagioso, los métodos milagrosos que te ayudarán a ganar tropecientos seguidores en menos de una semana. Pura inspiración de Teletienda. Tendencia actual en las redes sociales íntimamente relacionada con la paupérrima preferencia social por la cantidad y no por la calidad. Las personas reducidas a números; economía humana. ¡Puaj! Que el motivo por el que seguir o ser seguido sea aportar valor único, tener esa chispa diferenciadora, escribir esa palabra que llega al alma o dar ese consejo irrechazable. Nada de engordar egos, que ya vamos sobrados, ¿no?

Acudo a este sitio siempre que necesito contarle ciertas cosas al mundo. Clara fue la primera persona a la que escuché hablar de «blog terapéutico» y no puedo estar más de acuerdo con esta denominación. Tendría que patentarla, de veras. Siempre que exista la vocación de compartir es más fácil llegar a relativizar determinados problemas que nos atenazan y conocer sin prejuicios otros que nos atormentan. Cuando me preguntan por qué tengo un blog les respondo con franqueza que me gusta escribir. Tan simple como abstracto. Pero, ¿hay motivación más poderosa? El binomio traductor-escritor es una inmejorable carta de presentación y una forma [interesante] más de hacer buen marketing online, ya que estamos. ¿Escribes? Perfecto, déjame que te lea. ¿No escribes? No pasa nada; te veré en otro sitio. Sin histerismos, egolatrías, ni endogamias absurdas. Eso sí, dejadme que os diga que no hay mayor recompensa que compartir inspiración.

¡Letras de Sastre cumple un año!

Pues sí, hace justo un año que decidí lanzarme a la aventura de escribir este blog por lo que creo que esta fecha señalada bien merece una nota a modo de recordatorio, por pequeña que sea, para echar la vista atrás y valorar todo lo que ha sucedido en este tiempo. Empecé con esa duda que entiendo está en las cabecitas de todos los aspirantes a traductor-bloguero: ¿Qué puedo aportar? Porque claro, hay espejos donde mirarse pero hay que abrir ventanas para inspirarse. Y así comencé un 9 de febrero de 2011, inaugurando un rincón virtual que no sabía si iba a tener como únicos lectores a esos abnegados familiares que piensan que un blog es esa libreta de gusanillo en la que apuntar la lista de la compra.

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Versatile Blogger Award

Mucho me temo que voy a ser de todo menos escueto pues siempre he creído que una persona agradecida nunca debe escatimar en gratitud. Mentiría si dijera que no me han ilusionado las cinco nominaciones que he recibido. Siempre es un maravilloso acicate que gente de tu gremio reconozca tu labor detrás de un blog, ese rinconcito 2.0 cuyo contenido siempre pretendes mimar y cuidar. Tanta perversión guardan la pedantería como la falsa modestia por lo que he de decir que me siento muy orgulloso de haber obtenido este bonito reconocimiento, así que… ¡GRACIAS!

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