Archivo de la categoría: Opinión

Le coup de Rhin

Si supiera el Rin lo que se le viene encima...

Hay algo muy poderoso que crea lazos inquebrantables entre los más de siete mil millones de habitantes de este planeta. El hermanamiento universal ajeno a discursos políticos e institucionales. Filipinos, canadienses, birmanos, azerbaiyanos, monegascos, uruguayos, zimbabuenses, españoles o franceses compartimos una característica que nos convierte en auténticos semejantes. Somos fracciones reducidas a común denominador. Pero oye, ¡qué intriga! ¿Qué es eso que nos convierte en soldados rasos sin distinciones, méritos, ni galones?

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Mi visión de la Jornada UA

Cuando se celebra un congreso, seminario o curso siempre hay cierto caudal de reacciones blogueras. Pero es que con la #JornadaUA o, lo es que lo mismo, las II Jornadas de Transición al oficio de traductor e intérprete el río de crónicas se nos ha desbordado por completo. Y lo que es mejor, hemos asistido al nacimiento de muchas bitácoras de traductores motivados gracias a dicho evento. ¡Noticia estupenda! Un servidor quería escribir una crónica completa, muy a lo periodista de investigación pero, ¡ejem! ya se me ha adelantado toda la tropa y me parece que la exclusiva la tienen otros merecidamente.

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Traducción no es mediocridad

Je suis fatigué de cet être médiocre, sans avenir, sans confiance en l’avenir […].

Palabras de Marguerite Yourcenar en Alexis ou le traité du vain combat, la cual, entre muchas otras cosas, se dedicaba a traducir. Y es que hay mañanas, sobre todo en estas últimas semanas, en las que ha sido bastante complicado mantener el temple y la compostura ante la llegada de ciertas noticias desconcertantes. Y estoy convencido de que muchos colegas sintieron la misma sensación que yo, mezcla de pasmo e indignación, al leer ciertas cosas que me llevan a pensar que la mediocridad se ha hecho más visible que nunca en el mercado de la traducción.

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Crear para creer

Una salmantina ilustre decía que la libertad era para soñarla. Venerables hombres y mujeres anónimos, sin reconocimiento ni alabanzas, de cabellos níveos y espaldas arqueadas por el peso de la vida supieron deslizar en mi presencia rotundas enseñanzas que siempre guardaré a fuego en mi memoria y que marcaron mi vida para siempre.

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El subtítulo irritante

El cine, como medio excepcional de expresión humana, está siempre entre mis prioridades. Los motivos para tomar asiento ante una pantalla son siempre dispares pero, en mi caso, me valgo de este arte para encontrar un espejo en el que poder reflejar mis inquietudes y dar rienda suelta a mis emociones. Últimamente pocos largometrajes han ejercido de cristal transparente tornándose, en cambio, en meros reflejos translúcidos o, en el peor de los casos, en material opaco. Honrosas excepciones han provocado una carcajada o sonrisa sinceras, un escalofrío suspendido en el ambiente o una lágrima de profunda emoción. Pero todo esto debería verse refrendado por unos subtítulos con una calidad análoga a la dimensión de la película. Y aquí es donde quería llegar.

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Dejemos en paz a las palabras

Fotografía: digitalart

El eje de nuestro planeta gira cada vez más rápido. Y todos hemos reparado en ello, consciente o inconscientemente. Cualquier cosa está sujeta al cambio y a la más absoluta temporalidad. Todos hemos sufrido en nuestras carnes los rigores de aquello que se empeñaron en dar vida algunos de los irreductibles capitalistas estadounidenses del siglo XX para desgracia del común de los mortales: la obsolescencia programada, el súmmum de lo efímero. ¿Quién no ha tenido en sus manos o ante sus ojos un ilusionante ingenio tecnológico que se ha escacharrado antes de que se cumpliera el tiempo de vida razonablemente impuesto por la sabia experiencia? Y ahora me pregunto: ¿Es el traductor capaz de librarse de este incómodo compañero de viaje impaciente y caprichoso?

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Traductor, sospechoso habitual

Lo sé. Este escrito de poco va a servir para oxigenar aquellas mentes obtusas y retorcidas por la inconsciencia consentida. Sé que me embarco en unos minutos de escritura que probablemente resulten estériles de puertas afuera. Lo sé y lo asumo. Quizá lo único que pueda hallar en estas líneas es un calmante administrado por vía empática ante determinadas críticas poco edificantes. Un servidor sabe que es muy complicado darle la vuelta a una realidad tan cruda como frecuente: los críticos de la traducción, aquellos que gozan de la impunidad de la lectura ciega, los que no saben ni muestran preocupación por comprender el origen de las cosas.

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