Abstente y resígnate

Aunque lo parezca, sustine et abstine no son los nuevos medicamentos lanzados al mercado por Pfizer para combatir esa enfermedad llamada «crítica» que se propaga como el sarampión. No, señores. Se trata, efectivamente, de un lema estoico que han hecho suyo unos cuantos cabrones que deben estar crujidos de risa en sus poltronas mientras retuercen el cuello de sus semejantes. Si Séneca levantara la cabeza, ¡cuántas infusiones de cicuta prescribiría entre tanto canalla! Cualquier cosa con el fin de alcanzar la ansiada ataraxia. No es mi intención desvariar más de la cuenta pero, ¿qué tendrá que ver el estoicismo con una profesión como la traducción? ¿Habría que soportar las imposturas sin más reacción que una mueca de desaprobación? No exactamente.

«No sé si podré abstenerme de «encicutar» a unos cuantos…»

Estas cuestiones no han sido objeto de análisis sesudos y resulta comprensible esta falta de interés, ya que no tienen la más mínima importancia práctica. Tú allí y yo aquí. Pero se puede inferir, sin mucho esfuerzo, que el mundo de la traducción es un rincón tremendamente heterogéneo. Y entre tanta disparidad se cuelan opiniones contrapuestas y cierto tufillo a hipocresía. Las redes sociales han permitido que nos acerquemos como profesionales pero, quizá, nos han alejado de la compresión de su propia imperfección. Ellas no tienen la culpa. Somos nosotros los que, en ocasiones, creamos un mundo monocromo donde tendemos a uniformizar opiniones y a fundar creencias. Esto es así y es así. Y, además, favorecen los procesos de ego tripping.

Hay etiquetas que no ayudan a desmontar el mito de traductores llorones. Y existe cierta convicción de que los traductores somos una raza de artistas de las letras, tocados por el cayado de San Jerónimo, que se apoyan en la salud, en la enfermedad, todos los días de su vida. Incierta e incómoda reflexión porque desvirtúa lo que creo que es verdaderamente importante en mi profesión y nos conduce hacia el peligroso terreno de la endogamia. Que se lo digan a Carlos II. Nos enzarzamos en disputas febriles por asuntos que se escapan de nuestras manos y que únicamente creemos que afectan a nuestro cosmos. La vuelta al «pobre de mí, qué solito estoy».

En la vida real pretender caer en gracia a todo el mundo es tarea tan imposible como estéril. Las redes sociales no pueden maquillar esta evidencia, precisamente porque la de mayor éxito solamente está programada para ofrecer una visión sesgada del asunto. Me gusta. Otra cosa muy diferente es que se empleen para compartir conocimientos y recursos por puro altruismo y nos hagan más fácil nuestro día a día. ¡Viva el progreso si es para esto! Ahora bien, la verdadera batalla está dentro de nosotros mismos. Alejándose de sentimentalismos, oratoria de mercadillo, paternalismos universitarios y otras excusas para no ver lo que tenemos enfrente, el traductor es un profesional que debe hacerse a sí mismo. No hay otra opción.

Todo este tiempo que llevo corriendo cortinas en el mundo de la traducción y asomando la nariz, me ha servido para extraer muchas conclusiones que no sólo me han hecho crecer como profesional sino también madurar desde el punto de vista humano. Y es así, en tiempos revueltos, donde todos, sin excepción, nos enfrentamos a retos que permiten conocer de qué pasta estamos hechos. He podido comprobar en primera persona lo competitivo que es el mercado de traducción, contemplar la negociación de tarifas al menudeo, experimentar largos periodos de silencio y falta de trabajo, apreciar el valor de los buenos contactos, valorar la enorme importancia de una profunda especialización para alcanzar ese grado de diferenciación que te desmarque del resto, estimar en buena medida la renovación y el reciclaje profesional o considerar diferentes estrategias empresariales. Y todo esto como pequeño botón de muestra.

«Soy un lobo, soy un lobo…»

Importante cultivar estas capacidades, pero echo de menos una actitud de la que no se habla mucho, prácticamente nada: la humildad. Traductores capaces, buenos traductores, grandes traductores, traductores profesionales, traductores famosos, pero… ¿traductores humildes? La humildad no se enseña, pero se debería mencionar más a menudo. Nada es asimilable sin la humildad suficiente que te permite reconocer tus errores, detectar tus puntos débiles, darte cuenta de que debes seguir mejorando, reparar en que en una maratón no gana el más rápido y explosivo sino el más resistente y tenaz. Profesionalidad y personalidad son indisolubles. Y estas cosas ni se imparten en clases magistrales, ni se pueden adquirir en establecimientos autorizados. Se experimentan como parte de un proceso constante de aprendizaje. Y no hay protocolo que valga, solo la improvisada valentía del que sabe, por puro empirismo, que levantarse siempre será la última fase de un proceso ininterrumpido de caídas.

9 comentarios en “Abstente y resígnate

  1. Lorena

    Hola, Rai:

    Un artículo impecable, como siempre. Estoy contigo en todo. Si por algo nos caracterizamos los traductores es por ser constantes en esta carrera de fondo.

    Me encanta leerte.

    Un saludo

    Lorena

    Responder
    1. Rai Rizo Autor

      Gracias, Lorena.

      Desde luego que la constancia es una de nuestras grandes virtudes. Y la deberíamos explotar tanto en los buenos como en los malos momentos.

      Gracias por pasarte por aquí y dejar tu comentario.

      Un saludo.

      Responder
  2. Ismael

    Siempre he pensado que la humildad es una virtud que deberían tener los traductores, pero que, evidentemente, no todos tienen. Creo que deberíamos tener un pensamiento socrático, en el sentido de que «solo sabemos que no sabemos nada», y seguir aprendiendo y punto. Creo que la traducción es una profesión en la que, con cada traducción, con cada clase, con cada apunte… aprendemos un poquito más.

    Si algunos traductores prefieren ir de entendidos, allá ellos. A mí con esto me pasa como con los clientes de los intrusos: no me interesan para nada.

    Como dice Lorena, esto es una carrera de fondo. Y creo que algunos lo confunden con los 100 metros lisos, cuando en realidad es una carrera de resistencia.

    ¡Un gran, gran artículo, Rai!

    Un saludo desde Málaga,
    Ismael

    Responder
    1. Rai Rizo Autor

      Mantener siempre intacta la capacidad de aprender y sorprenderte es un síntoma inequívoco de que te sigue apasionando tu profesión. Mientras eso suceda, te podrás emplear en otras cosas que te preocupan, pero no te desviarás del camino marcado. De ahí, la constancia y la carrera de fondo (y también de obstáculos).
      Los intrusos, como ya he defendido en multitud de ocasiones, no son el problema. A veces con un poquito de autocrítica nos iría mejor a todos. Y eso es precisamente lo que pretendo ensalzar en esta entrada.

      Un saludo. 🙂

      Responder
    1. Rai Rizo Autor

      Veo que has captado bien el sentido del artículo, Nieves. Y me alegra. 🙂 Introspección, bonita palabra. Siempre fue más productivo mirar hacia adentro que echar balones fuera.

      Gracias.

      Responder
  3. Pablo Bouvier

    Hola Rai, no sé si no te he entendido o si no quiero entenderte. Es cierto que los traductores debemos ser humildes (cuando toca). Pero, mucho me temo que si somos «demasiado humildes» (lo cual ocurre con una frecuencia harto excesiva [quien calla, otorga…]), acaben «pateándonos el trasero a todos». No se trata de ser lloricas, sino de exigir sin miramientos lo que en justicia nos corresponde por nuestra labor y nuestro esfuerzo.

    Como bien dices, no se puede caer bien a todo el mundo. No somos un billete «Bin Laden» que a todo el mundo gusta, ni nada por el estilo. Pero, creo que las opiniones subjetivas de las personas que desconocecen nuestra profesión deberían «importarnos un bledo». Y no es que responda negativamente a la crítica (la crítica, si es justa y objetiva, debe asumirse y digerirse, mal que nos pese). Respondo negativamente a la ignorancia, a la crítica destructiva sistemática y al abuso, que son abundantes.

    No sé los demás, pero un servidor está y se siente muy orgulloso de «ser traductor».

    Responder
  4. Rai Rizo Autor

    Encantado de leerte, Pablo. Lo que disfruta uno leyendo tus comentarios. 🙂

    Totalmente de acuerdo con las apreciaciones que haces de mi entrada: las críticas que se hacen desde el desprecio y no desde la consideración y el respeto no merecen ni un segundo de nuestro tiempo. Las acémilas han rebuznado desde los albores de los tiempos y así seguirá siendo.

    Por otra parte, defiendo y defenderé a capa y espada la integridad de esta profesión. De hecho, me viene a la mente mi entrada «Traducción no es mediocridad», firme defensa de la dignidad de una profesión que se encuentra habitualmente sometida a los abusos del mercado y de muchos otros males que, en estos momentos, no vienen al caso.

    Lo que pretendo subrayar en esta entrada es que a veces, como gremio, también noto cierta falta de autocrítica en algunas actitudes y quizá demasiada fijación en temas estrella que fomentan el «sí sí, claro», (véase anuencia) pero falta total de crítica. Y eso conduce hacia la autocomplacencia y el «debemos defendernos pero no sé por qué, ni cómo hacerlo». Y considero que la condescendencia para con nosotros mismos es tan peligrosa como los abusos y la mala praxis que siempre debemos denunciar.

    La receta que doy es humildad. Y estoy seguro de que hay muchas más. A veces la lucha de egos echa a perder muchos de nuestros debates. Y eso lo hemos presenciado todos. No busco la panacea universal para que encontremos el gremio perfecto, pero sí un poquito más de introspección personal para luego defender argumentos a nivel colectivo. Y sí, estoy contigo, la excesiva humildad lleva aparejada patadas, bofetones y pellizcos variados bastante dolorosos.

    Gracias, Pablo.

    Responder
  5. Pablo Bouvier

    Hola Rai, ahora sí entendí lo que querías exponer y estoy completamente de acuerdo contigo. Evidentemente, tanto la autocrítica como la introspección, tanto a nivel individual como de gremio, son necesarias.

    Pero, mientras sigamos «debatiendo», en lugar de «poner en práctica medidas correctoras», me temo que esto no va a cambiar.
    Y, gracias a ti, por aclararme el sentido de tu artículo.

    Responder

Responder a Lorena Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.