Las neuronas comienzan a desperezarse, la sangre comienza a fluir a un ritmo más acelerado y las tripas resuenan suplicantes. Nada inhabitual en el despertar de cualquier hijo de vecino. Pero cualquier traductor sabe que la obligada y esperada consulta de su correo electrónico profesional es la siguiente tarea que debe acometer tras concluir con su particular ritual matutino. Así empieza el día y sale el sol para cualquier profesional de la traducción. La bandeja de entrada puede contener alguna que otra notificación procedente de las diversas redes sociales donde has dejado tu impronta el día anterior o varios mensajes recordando la actividad diaria en listas de distribución de tu interés. Todo ello es leído con sumo interés e ilusión al comprobar que tus incursiones por la red no caen en saco roto y tu caminar deja una bonita estela que es seguida por profesionales multidisciplinares de todo el mundo.
Pero la mayor satisfacción para un profesional de la traducción es encontrar ese correo en negrita que anuncia un nuevo proyecto. Comenzarlo a leer supone la liberación de cantidades ingentes de sustancias químicas que alimentan la ilusión y la esperanza generadas por el simple hecho de sentir que hay un hueco para ti en este mundo global. Después de analizar con detenimiento y honestidad las particularidades del proyecto (temática, idioma, complejidad, formato, extensión) llega la hora de elaborar ese documento que genera tanta expectación, ese cálculo pecuniario que engloba competencia, dedicación y tiempo y sobre el que se depositan todas las promesas de lealtad hacia tu profesión y perspectivas de éxito, que no es poco. Y la respuesta a este presupuesto puede hacerse de rogar.
Pero llega. Y es afirmativa. El proyecto supera el primer obstáculo y se accede al territorio donde vas a ser capaz de demostrar toda tu valía como profesional aplicando todos los conocimientos absorbidos a lo largo de tantas horas y horas de dedicación. Habrá momentos en que el texto original adopte una postura hostil donde la única salida es batallar sumido en un universo de trincheras lingüísticas. Otros textos serán mucho más amables, no tan espinosos en el trato. He aquí el momento en que el traductor adopta su postura más universal, la que le convierte en un profesional con vocación integradora. Es el momento de aglutinar la información que proporcionan glosarios, textos paralelos, consultas a multitud de fuentes valiosas, consejo de otros profesionales, diccionarios especializados y tantos otros recursos como la imaginación, creatividad y necesidad del traductor precisen.
Y no, no se trata sólo de traducir. No somos un simple mecanismo de traslación de unidades de la lengua X a la Y. El tópico de que a los traductores sólo les hace falta “saber idiomas” debería ser desterrado para siempre. Los idiomas son nuestro instrumento principal de trabajo pero no es menos cierto que actúan como valedores de una cantidad descomunal de conocimientos que iremos aprendiendo a lo largo de nuestra vida. Porque el traductor está benditamente condenado a seguir aprendiendo. Es nuestro sino. El que no sienta esa necesidad interior debería considerar otros caminos porque el traductor es un mestizaje básico de idiomas, un motor de absorción de conocimientos, un generador de ilusión constante, un catalizador permanente de inquietudes que, a su vez, cierran este círculo mágico engendrando nuevas necesidades de aprendizaje. Y así en un bucle sin fin.
Esa unión de fuerzas da como resultado una obra de traducción. Como tal, tiene diferentes matices y nuestro nivel de aprecio profesional varía en cada trabajo. Me inclino a pensar que el inconformismo bien entendido siempre será un rasgo inequívoco de profesionalidad pues no hay traducción con la que un servidor quede plenamente satisfecho. Y actuando bajo el papel de rebelde con causa llega la hora de revisar, de enfrentarse a ese último pleito con tu texto traducido. Un traductor siente la necesidad imperiosa de revisar su trabajo y no puede abandonarlo a su suerte. Sería demasiado cruel dejarlo desabrigado entre océanos de ambigüedades e indecisiones. Demasiados tiburones hambrientos en estas aguas.
Pero no, no es posible alejar la implacable sensación de que esa oración, ese término, esa expresión es mejorable. Esa imagen permanece indeleble en la retina del traductor a pesar de que logre relativizarla a través del tamiz de la experiencia o la rigurosa disciplina de los plazos. Llega el momento de la entrega porque el proceso de revisión ha terminado o más bien se ha renunciado a continuar con él debido a la concatenación de procesos de autocorrección inagotables. En ese correo de vuelta están guardadas, una tras otra, todas nuestras noches en vela, nuestras dudas corrosivas felizmente resueltas, nuestras paradas obligatorias provocadas por saturación de letras en nuestras neuronas, al fin y al cabo, el fruto de nuestro trabajo. Y tras el envío del proyecto notamos como un profundo sentimiento, mezcla de sosiego y satisfacción, se adueña de nosotros.

Y ahora, tic tac tic tac...
Todo ha terminado. El proceso, por nuestra parte, ha llegado a su fin. Ahora toca esperar a que el cliente cumpla con su parte del trato. Pero, poco tiempo después escuchamos el tono familiar de nuestro teléfono y aparece en la pantalla el número de nuestro cliente. ¿Qué habrá podido pasar? ¿Ha habido algún error? ¿Habrá algún problema con el pago? Desasosiego sería la mejor palabra para definir este estado. ¿Habrá quedado algo en el tintero? ¿Y si…? La voz firme del cliente es tranquilizadora ya que nos asegura que la transferencia ha sido realizada con éxito. Tras las protocolarias muestras de agradecimiento hacia el cliente y después de ofrecer nuestros servicios para futuros proyectos, llega la hora de despedirse. Pero no, la conversación todavía no ha llegado a su fin.
El cliente corta abruptamente el tono de la conversación dejando de lado todo formulismo para exclamar con toda sinceridad que el trabajo que ha recibido es fantástico y que ha valido la pena confiar en ti. Después de esto, la fascinación se pinta en la cara de una forma irremediablemente súbita. ¿Qué se puede responder? Simplemente: gracias. Un entrenador de fútbol muy laureado decía, hace bien poco, que había un instante en que sentía que su profesión tenía sentido. Para mí, este es el momento en que nuestro oficio adquiere verdadera conciencia, se despereza y te abraza cálidamente. Ese momento, corto pero trascendental, es impagable. Porque el dinero puede comprar casi todo, pero no los sueños.
Esto es una historia real pero me consta que no se da con demasiada frecuencia. No obstante, todos tenemos derecho a soñar y luchar por una profesión mejor. Los sinsabores llegan solos. Las alegrías debemos perseguirlas. Y creo, sinceramente, que vale la pena.
Qué entrada más bonita, Rai. Preciosa. Doy fe de que me ha pasado algo parecido (con llamada telefónica incluida también en la que al principio piensas que las has fastidiado) y es una sensación increíble.
Enhorabuena por el artículo y por el encargo. 🙂
¡Gracias, Pablo!
El subidón de adrenalina que te da cuando alguien te llama y no precisamente para cantarte las cuarenta como habías pensado es inigualable. No hay nada mejor que sentir que, por encima de todo, has hecho bien tu trabajo.
Solo puedo decir: una entrada perfecta.
Siempre es un placer leerte y ver que te va bien como te mereces.
La verdad es que esta entrada no es más que la máxima representación del ideal de un encargo de traducción. Y como tal quise reflejarlo en estas líneas.
Muchas gracias por tus palabras y tus buenos deseos 😀
Rai, me alegro de que experimentes esas sensaciones y de que seas capaz de contárnoslas con tanta elegancia. Un 10 de 10. 🙂
¡Gracias, Darío!
Es un gran placer y un privilegio poder compartir este tipo de experiencias con todos vosotros porque las hacéis todavía más vivas.
Hay otra sensación más, igual de espectacular y fantástica. Cuando ves tu obra circulando por las manos de la gente, cuando la ves publicada ya sea en papel o en un espacio virtual. Si además el cliente quedó contento, es doblemente fantástico.
¡Gran entrada!
Ay, mi querida Cris… Ya sé por dónde van tus palabras y no sabes lo muchísimo que me alegro por ti.
Te mereces eso y mucho más.
Muchos besos para ti 😀
El artículo refleja muy bien y con mucha elegancia todo ese cúmulo de sensaciones, inquietudes y experiencias vitales de un traductor profesional. Gracias. Saludos
Gracias a ti, Raquel.
Precisamente todo eso que dices es lo pretendía reflejar en esta entrada con el único objetivo de que nos viéramos reflejados en todas y cada una de las sensaciones que experimentamos desde que nos llega ese correo en negrita hasta que libramos el encargo. Si habéis conseguido empatizar con algún fragmento, oración o palabra, me doy por satisfecho. 😉
Un post muy entrañable. La verdad es que es un placer conocer el trabajo del traductor desde la parte personal, que a muchos que somos de fuera del gremio se nos escapa.
Muy edificante; gracias.
¡Un placer, Iván!
Siempre es positivo que la gente que no está familiarizada con el mundo de la traducción sepa que lo que se cuece detrás de un proyecto. Y siempre es bueno arrojar algo de luz sobre los legos en la materia en el ámbito de la traducción ya que diariamente estamos expuestos a grandes dosis de incomprensión y desconocimiento. Nada más adecuado que acudir a un plano personal para generar empatía entre los lectores.
Muchas gracias por tu comentario.
Siento que verdaderamente sintetizas lo que ocurre cuando un Traductor vive su profesión con el amor y la pasión que se merece. Muy bueno!
¡Gracias, María Estela!
Sí creo que es una buena recopilación emocional de lo que experimentamos todos cuando recibimos un encargo. Y evidentemente la pasión por nuestra profesión se refleja en qué y cómo sentimos en cada una de las etapas de un proyecto. 🙂
Conexión a Internet: 40 euros. Licencia de Trados: 600 euros. Material de consulta: 100 euros. Que un cliente confíe en ti y valore tu trabajo: NO TIENE PRECIO. Para todo lo demás, Google.
¡Gracias por tan preciosa, entrada Rai!
Creo que no puedo añadir nada más a tu comentario de inspiración «mastercardiana» (negritas incluidas). Es la perfecta síntesis de esta entrada. 😀
¡Muchas gracias por pasarte por aquí, Isabel!