Dejemos en paz a las palabras

Fotografía: digitalart

El eje de nuestro planeta gira cada vez más rápido. Y todos hemos reparado en ello, consciente o inconscientemente. Cualquier cosa está sujeta al cambio y a la más absoluta temporalidad. Todos hemos sufrido en nuestras carnes los rigores de aquello que se empeñaron en dar vida algunos de los irreductibles capitalistas estadounidenses del siglo XX para desgracia del común de los mortales: la obsolescencia programada, el súmmum de lo efímero. ¿Quién no ha tenido en sus manos o ante sus ojos un ilusionante ingenio tecnológico que se ha escacharrado antes de que se cumpliera el tiempo de vida razonablemente impuesto por la sabia experiencia? Y ahora me pregunto: ¿Es el traductor capaz de librarse de este incómodo compañero de viaje impaciente y caprichoso?

No, pues la corriente de la caducidad acelerada es implacable. Lo que ayer valía, hoy ya no tiene vigencia. Pero, ¿la herramienta de trabajo principal de un traductor, o sea las palabras, también están sometidas a la influencia de lo pasajero? También. La traducción y el traductor deben estar atentos a estos cambios y ser partícipes de ellos en la medida de lo posible sabiendo que el conocimiento impulsado por la primaria curiosidad hará que nos situemos en la vanguardia del ejército del cambio. Conocer significa comprender y comprender implica capacidad de juicio y crítica. La velocidad de crucero impuesta por unos pocos provoca que muchos opten por nadar a favor de la corriente. Un servidor eligió chocar contra las olas antes que vadearlas sin esfuerzo. Sé que muchos también y, felizmente, cada vez más.

Fotografía: digitalart

El exceso de velocidad conlleva riesgos y amenazas: inatención, prisa y distracción son algunas de sus consecuencias más funestas. Responder a las preguntas “¿por qué corremos tanto?” o, mejor dicho, “¿por qué quieren que corramos tanto?” daría para una larga y profunda reflexión pero no es el Leitmotiv de esta entrada aunque sí un contenido transversal. Las palabras que conforman los idiomas que forman parte de nuestra vida también están sujetos a un proceso de aceleración acusado que no sigue los patrones de un cambio establecido a través de una periodicidad razonable.

Algo impulsa esta premura imparable y puede que tenga que ver con el concepto de economía industrial reseñado en el primer párrafo del texto. Los que trabajamos y queremos vivir de esto sabemos que las palabras y sus interpretaciones cambian con el tiempo. Están condenadas a vivir una existencia marcada por las apetencias de los hablantes. Ahora bien, una cosa es transitar por los cauces normales que traza el cambio y otra es experimentar un proceso transformador dramático debido a intereses maquiavélicamente no explicitados. ¿Qué hay detrás de lo políticamente correcto? ¿Qué significa eso de corrección política? ¿Por qué nuestra vida está plagada de eufemismos? ¿Por qué a la “guerra” se han empeñado en denominarla “intervención militar” o, peor aún, “misión de paz”?

¡Maldita sea! Basta ya de pervertir los idiomas, cercenar sus significados primarios, dotar de ambigüedad hasta sus rincones más inexplorados. Bajo palabras socialmente aceptadas, hombres y mujeres siniestros vestidos de punta en blanco han perpetrado desgarradores genocidios. Y ellos siguen con sus campañas de desinformación mundial a escala planetaria. Continúan creando entes amansados y anestesiados. Me produce algo muy parecido al significado original de “repugnancia” el pensamiento en grupo que se pretende instaurar en instituciones consideradas de prestigio para el conjunto de la sociedad. Los medios de comunicación merecen mención aparte y un exhaustivo análisis por parte de los traductores para no caer en la trampa de los denominados mass media que crean tendencias (no les llamemos “modas” porque eso ya no es tendencia) cuya duración no supera proporcionalmente el tiempo de vida de una mosca.

Me produce horror ver cómo se expanden sin control alguno los campos semánticos de las palabras, herramienta de manipulación sin par. Sólo así se logra confundir al personal disolviendo el concepto original en una multitud de acepciones confusas. ¿Por qué hay “dictaduras” recubiertas por el manto aterciopelado de las “democracias parlamentarias”? ¿Por qué si una obra me parece infumable, un pegote, un insulto a la razón he de considerarla que entra dentro de la “vanguardia conceptual”? ¿Qué narices es eso de arte conceptual? Que algún artista vanguardista haga el favor de iluminar mi camino de simple contemplador de obras inculto y avejentado…

Actualmente, no conocemos el significado original de muchas palabras que aparecen constantemente en nuestro vocabulario cotidiano: justicia o libertad son algunas de ellas. Esto ha conducido a una supresión casi absoluta de la capacidad crítica de la ciudadanía. Nos aseguran que gozamos de libertad pero nos dicen cómo usarla. Monigotes de trapo por doquier. ¿Demasiado lastre para unas lenguas marcadas por intereses de poderes fácticos, lobbies y multinacionales? El concepto original de una lengua viene marcado por el sagrado acto de la comunicación. Hemos sido nosotros los que la hemos contaminado hasta límites insospechados fomentando el desconcierto.

A los traductores, como lingüistas, nos compete ser críticos, ser parte activa de los procesos de cambio naturales y sobre todo no plegarnos ante la imposición de un vocabulario alienado, surgido de la necesidad de obtener beneficios millonarios. Tenemos capacidad suficiente para saber que no son las palabras las que manipulan sino los conceptos asociados a ellas. Es la actitud y no el lenguaje lo que condiciona al ser humano. Dejemos en paz a las palabras. Su naturaleza per se es inmaculada pero nos empeñamos en que sean corruptibles. Tenemos plena competencia para comprender que no es el lenguaje del racista, demagogo, xenófobo o especulador el que está podrido sino su corazón. Por última vez: dejemos en paz a las palabras.

8 comentarios en “Dejemos en paz a las palabras

  1. César Elguera G.

    Llevar a cabo una vida completamente honesta y que esto repercuta positivamente en la forma de vida necesita una gran dosis de suerte y de trabajo. Esto significa que una persona honesta tiene menos herramientas para conseguir los objetivos fijados para la vida profesional. Esto es: una persona honesta tiene que pasar mayores complicaciones para llevar a cabo sus ambiciones.

    Disfrutar de la vida, terminarla de modo que tengas la sensación que has hecho todo lo necesario, todo lo que debías hacer, es harto difícil. Para ello se debe alcanzar un nivel de bienestar casi perpetuo en el que la honestidad (para con uno mismo, no me canso de repetirlo, lo que piense el mundo no importa excepto en el aso de meterse dentro de la libertad de los demás), en el que la honestidad y una conciencia plácida son, aunque entre bastidores, directores principales. El sentimiento de fidelidad hacia la propia persona, el cumplimiento del concepto propio y personalísimo de justicia y el disfrute de los ratos de ocio a la vez que saber procurar la felicidad de las personas a tu alrededor y la mejora del ambiente que nos rodea no es otra cosa que nuestro verdadero trabajo.

    ¡Felicitaciones por tu artículo!

    *Siempre con una actitud positiva, humilde y leal para con tu trabajo.

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    1. Rai Rizo Autor

      Muchas gracias por tus palabras, César.

      Alguna vez escuché a un venerable anciano hablar sobre estos temas. Siempre solía pronunciar esta frase adornada con todo tipo de improperios, pero los obviaré pues no vienen al caso: «Los cabrones dominan el mundo y los borregos, nosotros, balamos a su voluntad».

      Este hombre no se equivocaba pero solamente daba a conocer la visión de un mundo parcial. También hay gente buena, con ganas de compartir y ayudar y en eso prefiero centrar siempre mis esfuerzos. Ganas e ilusión por mejorar profesionalmente siempre con honestidad no me van a faltar y siempre con el convencimiento de que no hace falta chafar a nadie para sentirse realizado.

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  2. Pablo Bouvier

    Tienes mucha razón en todo lo que expones. Cambian los actores, pero no cambian los actos. Hoy es «la casta» y «la clase media y trabajadora». Ayer fueron «los señores feudales» y «los vasallos». Y, antes de ayer, fueron «los patricios» y «los plebeyos». Desde que el mundo es mundo, toda la historia de la humanidad puede explicarse como una sublevación de los segundos contra los abusos de los primeros, para cometer exactamente los mismos abusos que los primeros, en cuanto los segundos llegan al poder.

    En cuanto a la manipulación lingüística como elemento maquiavélico de manipulación por parte del poder, tampoco es nada nuevo. Lo citan desde Orwell (neolengua) a Chomsky (en su crítica al lenguaje político utilizado por los EEUU), pasando por el catalán Ángel Colom que lo expresa así: el lenguaje es un prisma a través del cual contemplamos la realidad. Actualmente, la manipulación lingüística se utiliza para disolver la realidad. El lenguaje, como medio de comunicación e instrumento del pensamiento, se ha degradado hasta ser primitivo e instintivo. Los conflictos no pueden resolverse con la manipulación lingüística, sólo pueden complicarse. Hagamos todos examen de conciencia.

    Es lo perverso de los totalitarismos. Manipulan el lenguaje como elemento de dominación de una población asnalfabeta (de asno, aunque bien podría ser de anal, por aquello de pensar con el orto…), sin el menor atisbo de inteligencia o de espíritu crítico. Cualquier tergiversación les es válida, sea «porque lo han leído en la prensa», sea porque «lo han visto en la televisión», como si eso fuese garantía de la veracidad más absoluta. Lo peor de los totalitarismos actuales es que no se ven, sólo se perciben sus efectos, y aquél que se crea que vive en una democracia real, o bien es un iluso, o bien es, con perdón, «tonto del culo».

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    1. Rai Rizo Autor

      Desde luego, no puedo estar más de acuerdo con tus palabras, Pablo. Desde tu escueta revisión histórica pasando por las palabras de Ángel Colom y finalizando con la radiografía de la sociedad actual.

      No hay duda de que el lenguaje actual no deja de ser un reflejo de la idiotez imperante en nuestra sociedad. Se ha contaminado hasta tal extremo que lo ambiguo y lo innecesario se ha colado en la vida de todo el mundo. Muchos no dicen lo que quieren o les gustaría decir y otros simplemente no saben ni lo que dicen. Ahora más que nunca, hablar y escribir con propiedad se ha convertido en un tesoro que debemos conservar.

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  3. Mª del Mar Illescas

    Estoy totalmente de acuerdo el rechazo de la perversión de la lengua para amoldarla a los intereses de una ideología/corriente (como lo políticamente correcto). Me parece una obligación moral y profesional, aunque pueda ser una situación complicada para cualquiera que trabaje con la lengua (traductores, periodistas, etc.). Puede ser fiel a la lengua y sus normas (que son nuestra herramienta de trabajo), a la profesionalidad a la que estamos obligados y a sí mismo como pensador crítico…

    …O puede comulgar con estas tendencias y bailar al son que tocan las fuerzas vivas de estos tiempos (política, medios de comunicación, sociedad en su conjunto), bien sea para poder comer – nunca sabes quién te hace un encargo y qué piensa a este respecto – o bien por aquello del «qué dirán, no vayan a pensar que yo», que está directamente relacionado con el poder comer.
    Salvo que se trabaje en plantilla en alguna empresa, cualquier traductor freelance se busca las habichuelas a través de su blog, página web, perfil profesional, redes sociales… Si nuestra postura es la de no ceder a los delirios y absurdos de los tiempos modernos, los amantes de lo políticamente correcto y demás hierbas huirán. Lo malo es que parecen ser mayoría.

    Eso me lleva siempre a darme cuenta de que, a diferencia de otras profesiones, la nuestra tiene una exposición importante en Internet: como ya dije, tenemos blog, web profesional, Twitter, Facebook, Linkedin… y salvo que tengamos dos perfiles en cada una, o dos blogs totalmente separados, se mezclan temáticas. Cuando, al enviar alguna solicitud de trabajo, me han pedido mi nombre en Twitter, lo he dado sin problemas. Luego me he dado cuenta de que hablo tanto de cosas relacionadas con la traducción como de política, de religión o de chorradas domésticas, y que todos ellos pueden ser leídos por clientes/empresas y pueden influir en las decisiones que tomen con respecto a mí. Y a veces no puedo evitar reprimir ciertos comentarios que, si fuera profesora, piloto o barrendera, podría decir en esos medios con total tranquilidad.

    Por último, y aunque sea un poco Off-Topic, me gustaría destacar lo que mencionas al principio: el súmmum de lo efímero. No es ya solo que una televisión se estropee a los 3 o 4 años, cuando antes duraba 20. Es algo más. Es curioso comprobar hasta qué punto dependemos de tecnologías tan frágiles y tan efímeras (ayer no estaban, mañana puede que ya no existan; igual funcionan, igual no) para nuestro estudio o nuestro trabajo – si uno es autónomo e Internet no funciona, problema -, pero también para nuestra vida diaria.
    Pienso en el montón de cintas VHS con momentos de mi infancia que hubo que tirar porque la cinta se enmoheció y no se habían pasado a DVD, perdiéndose irremediablemente. En que las fotos de todos los viajes que he hecho en mi vida están confinadas en un ordenador que hay que formatear cada 2×3, y en copias de seguridad almacenadas en «la nube» – si mañana cierra la empresa que gestionaba el dominio y el alojamiento, lo pierdes todo -. En que no tengo un solo teléfono o dirección en una agenda física o listín, sino que todo está en el móvil – si el móvil decide dejar de funcionar repentinamente… -. En todas las empresas y autónomos cuyo negocio está basado parcial o totalmente en Internet. Y así hasta el infinito. No nos planteamos lo fácil que es perder todas estas cosas. Confiamos demasiado en una tecnología que suele romperse, perderse, borrarse o quedar inutilizada por el agua, el viento, el calor o la radiación electromagnética; o que, directamente, no es siquiera algo físico y no depende de nosotros ni de lo poco o lo mucho que lo cuidemos – como Internet, los alojamientos y los dominios -. La tendencia (libros electrónicos, música en streaming, juegos online) es seguir avanzando en esa dirección: la de lo intangible, lo imaginario y lo efímero. Que sí, que casi todo son ventajas. Pero el gran inconveniente es la persistencia de la memoria, o la falta de ella: distintas civilizaciones y épocas pasadas han producido información en distintos formatos (tablillas de barro, papiros, piedras Rosettas, libros impresos), y al poder recuperarlos, hemos aprendido y descubierto mucho. Me gustaría saber, considerando la fragilidad de la que hablaba, qué podrá recuperar la humanidad del año 5.000 (si es que sigue habiendo humanidad para entonces) de la humanidad que vivirá dentro de 200 o 300 años.

    Perdón por el ladrillo que he soltado, y un abrazo ^^

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    1. Rai Rizo Autor

      ¡Qué comentario tan generoso, Mª del Mar!
      Muchas gracias, me ha encantado de principio a fin.

      Hace poco leí en un diario digital que las nuevas tecnologías estaban cambiando a marchas forzadas nuestro cerebro y, por ende, nuestra concepción del mundo en que vivimos. Nuestra memoria, por ejemplo, estaba tornándose en algo impreciso, vago, que recordaba sólo momentos clave. Algo de razón tendrá este artículo cuando estamos basando gran parte de nuestros recuerdos en la inmediatez más absoluta y en formatos que cada vez tienden más a lo etéreo.

      A día de hoy, el acceso a las fuentes de información también ha cambiado por completo nuestra forma de ver el mundo. Se ha dado pie a fomentar la filosofía «fast food» también en medios de comunicación y se ha llegado a trivializar tanto la información, que seres desinformados vagan por la red confundiendo chorizos con habichuelas.

      El proceso de globalización tiene ventajas evidentes pero también unos oscuros propósitos que no ven la luz y que nos hacen ser siervos de dedazos de unos, intereses de otros y ganancias de pocos. Por eso ante esta selva, un servidor opta por abrir los ojos al máximo para tener la capacidad personal suficiente de discriminación entre lo necesario y estéril. Siempre he creído que la autenticidad de las personas es un valor en alza y no hay atentado más cruel que traicionarse a uno mismo.

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  4. Pablo Bouvier

    Parece ser que la gente ya no se deja engañar tan fácilmente por el maquiavélico y perverso lenguaje del poder para ocultar sus atrocidades. Una gran periodista y, en mi mo(l)esta opinión (sí, molesta, porque a más de uno o de una le va a escocer en los higadillos…), también una «una Gran Señora», habla en público y sin rodeos sobre el tema, exigiendo la responsabilidad individual de cada uno en el uso de las palabras y en no ocultar la realidad: http://bit.ly/nI38pc

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    1. Rai Rizo Autor

      Gracias Pablo por dejar precisamente aquí tu aportación. Estoy siguiendo con gran interés este seminario vía Twitter ya que es un tema que me interesa desde hace mucho tiempo.

      Qué puedo decir de Rosa María Calaf, una profesional de los pies a la cabeza, con miles de kilómetros recorridos sentando cátedra y con una ética periodística de las que ya no quedan. Ya era hora de que gente como ella pusiera el grito en el cielo y denunciaran estos abusos lingüísticos y atropellos que se cometen todos los días contra la realidad misma. También es una obviedad que algunos periodistas pensarán lo mismo que ella pero el puesto que ocupan les invita a tener la boca cerrada.

      El problema se enquista si la gente sigue creyendo a pies juntillas lo que dicen politicastros, periolistillos y demás entes sociales que tienen la consideración casi de Oráculo de Delfos. La sociedad vive así en un permanente estado de confusión. Sólo con un poquito de cordura nos iría a todos mejor.

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