La poderosa influencia del original

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Fotografía: zerkay67

Mal haríamos en cargar sobre nuestras espaldas pesados sambenitos que no nos corresponden. El traductor, figura poco valorada en la cultura española tradicionalmente plañidera y protestona, no es el causante en todos los casos, al menos de forma directa, de que circulen algunas traducciones de dudosa calidad. Muchos nos hemos topado con traducciones pobres de solemnidad, algunas susceptibles de mejora y otras realmente encomiables. Con todo, no sería bueno generalizar entre los miembros de nuestro gremio ya que, haciéndolo, ponemos de manifiesto una escasa amplitud de miras y un preocupante afán simplificador que demuestra cierta anemia mental. Un grupo tan heterogéneo como el nuestro no admite generalmente apreciaciones de naturaleza uniforme.

Y es que quizá los propios traductores contribuyamos a fortalecer esa percepción de profesionales refunfuñones. Huelga decir que es mucho más sencillo e inmensamente más productivo dar buena cuenta de los errores ajenos para en un futuro evitar cometerlos. Es aquella tecla oculta de nuestro cerebro, aparentemente invisible, la que se activa cuando nuestra vista se posa sobre una traducción mejorable, perfectible, deficiente o cualquier otro epíteto que haga saltar nuestras alarmas de lingüistas y correctores empedernidos. Si bien la parcialidad es una constante en este aspecto supervisor-revisor donde los pareceres pueden ser divergentes acerca de la pertinencia o eficacia de una traducción, la objetividad entre colegas tiende a imponerse cuando ciertas traducciones son dignas de recibir todos los elogios del mundo.

Afortunadamente, cada vez se pueden leer mejores traducciones en cualquier ámbito, de una calidad extraordinaria, donde cabría pensar que el profesional pudiera haber mejorado el documento original. Pero he aquí uno de los caballos de batalla para el traductor: los originales, el supuesto primer eslabón de la cadena, la fuente de nuestras tribulaciones, la raíz de muchos de nuestros dilemas. Para nosotros lo es todo pero, en ocasiones mal allegadas, son el principio de una incesante cadena de problemas. Incoherencias de todo tipo, género y naturaleza presentes en oraciones que parecen haber sido traducidas de un documento anterior del cual desconocemos su procedencia, descabalada redacción a todos los niveles y una larga lista de despropósitos que solo logra romper nuestros esquemas mentales acerca de la hipotética pulcritud de los textos fuente.

Quizá contactar con el cliente para intentar arrojar el luz sobre algunas cuestiones ayude a solucionar en parte los problemas pero hay casos en los que no es posible encontrar nexos salvadores de entendimiento entre traductor y proveedor de documentos originales. Ante semejante desafío al traductor solo le queda aplicar todo su bagaje lingüístico, empírico e intuitivo con el objetivo de tratar de enmendar la plana. Es uno de tantos momentos en que el traductor vuelve a reparar en su valía como profesional: dominar una o varias lenguas no es suficiente, tampoco basta con tener un excelso manejo de la lengua materna, ni siquiera ser un experto en determinado ámbito de especialidad es una garantía.

El traductor no es un mero porteador de palabras. No es nuestra única destreza. Tacharnos de meros mecanógrafos con conocimientos de idiomas no deja ser un insulto gratuito y un desaire imperdonable. Los traductores vemos siempre algo más que párrafos, líneas, términos y grafías, nos imaginamos, suponemos y detectamos dónde está el error en el original, qué ha podido suceder para que eso ocurra y tratamos de buscar soluciones que se ajusten adecuadamente al marco contextual. Y eso, amigos y amigas, es una cualidad que debe ser apreciada, primero por nuestra parte, y luego por el resto. No en vano, somos reclamados en otros ámbitos como la corrección y revisión de textos pues sabemos dotarlos de estilo y contenido preciso así como de un vocabulario apropiado.

Tan evidente es toparse con traducciones renqueantes como abordar originales con defectos de fábrica. ¿Acaso no hay mala literatura ni estudios y ensayos de las más diversas disciplinas redactados a troche y moche? Los hay, del mismo modo que hay traducciones perversas. Pero es muy injusto practicar la autocensura para con nosotros mismos cuando ahí fuera hay redactores cuyo nivel de competencia profesional es escaso, y en ocasiones, nulo. ¿O es que a veces no nos vemos obligados a mejorar el original para dar lugar a una traducción cuando menos respetable? A estas alturas no puedo estar más de acuerdo con las teorías defendidas por Jacques Derrida en las que cuestionaba la preponderancia del texto original afirmando que éste no dejaba de ser una interpretación de una imagen subjetiva de la realidad por parte del autor, una transcripción de una idea, al fin y al cabo, una traducción.

Así pues, que no se nos caigan los anillos al afirmar que somos capaces de mejorar un original si por exigencias del guión debemos hacerlo. Siempre se nos repitió hasta la saciedad: “¡Hay que respetar el original!” Bien, no hay nada que objetar a esta afirmación si se hace desde el plano pragmático, pero… ¿qué sucede si el original no nos guarda el debido respeto en los ámbitos sintáctico, semántico u ortográfico? ¿Perpetuar el error en nuestra traducción? Tenemos un compromiso con la lengua y a ella debemos rendirle pleitesía.

8 comentarios en “La poderosa influencia del original

  1. Pablo Bouvier

    Si fuese mecánico de automóviles y me trajesen un vehículo en un estado muy lamentable, lo que haría sería decirle al cliente que mas le valía comprarse otro. En primer lugar, por el elevado coste de la reparación y, en segundo lugar, porque la reparación nunca le va a devolver el vehículo a su estado original y porque lo más probable es que siempre le queden secuelas.

    Pues, con las traducciones, lo mismo. Si el original está en un estado lamentable, se le devuelve al cliente y, si no le gusta, que se aguante. Nos debemos al cliente, pero el cliente también debe respetarnos como profesionales, y no esperar de nosotros que le saquemos sistemáticamente las castañas del fuego.

    No sólo somos traductores; también somos empresarios y, por lo tanto, debemos velar por nuestra rentabilidad y por no perder nuestro tiempo en tareas escasamente rentables, tanto para él, como para nosotros. O, al menos, esta es la opinión de un servidor.

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    1. rairizo Autor

      Me gusta que aportes la versión empresarial para esta cuestión en concreto y nociones de rentabilidad profesional. En mi escrito he querido aportar la versión lingüística de lo que supone recibir un mal original pero lo que propones es una vertiente intrínsecamente relacionada con la labor del traductor. Y el ejemplo del mecánico, muy instructivo.

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  2. Curri Barceló

    Si te digo la verdad, lucho y sigo luchando por promulgar la mejora del original en todo momento. Más que nada, porque si no lo hago bien, luego me señalan dedos a los que les importa un bledo que el inglés no tenga sentido o que haya utilizado cuatro nombres para el mismo objeto. Yo soy un transmisor de contenido y, como tal, debo de hacer lo imposible por que mi mensaje se entienda. Y si, para ello, debo cambiar algunas cosas y no ser completamente fiel al original, lo haré.

    Caso distinto sería una traducción jurada, o un estudio científico basado en hechos. Ahí sí que tendría(mos) que ajustarnos al original, aunque no nos guste. Como mucho, podríamos avisar de la errata del original mediante una nota de traductor o, si podemos, avisar al autor original de su error y esperar a que se dé cuenta y realice el cambio.

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    1. rairizo Autor

      ¿Seremos realmente unos «traidores»? 🙂

      Está claro que los textos técnicos y especializados no permiten filigranas y hay que ceñirse a ellos a pesar de que algunos estén pésimamente redactados. Sin embargo, hay otros no tan encorsetados que sí permiten correcciones que, además, son muy necesarias.

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  3. Marie

    El que escribe un texto original es su creador, nadie , ni el mejor traductor del mundo tiene derecho a modificarlo . Todo tiene para el autor un significado propio. Si es malo , Ok, es tu opinion, escribe tú un original mejor,pero no le quites el derecho » al autor»a su propia obra. Una cosa es una errata, y otra muy distinta los juegos sintácticos o ortográficos que quiera permitirse el autor, y quién eres tu para corregirselos.El texto no pertenece al traductor, sino al que lo ha creado, el traductor tiene que ser lo más fiel posible a ese texto y traducirlo sin entrar a hacer juicios de valor.Esto es una opinion muy personal.

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    1. rairizo Autor

      Me gusta que pongas el contrapunto a la cuestión, Marie.

      Realmente no tenemos derecho a modificar el texto original en su sentido original y en lo que pretende transmitir, esto es, en su sentido pragmático y funcional. Esto es sagrado. Pero lo que no puede tolerar un traductor es conservar contrasentidos, expresiones confusas y oscuras y otras cuestiones que pueden verse en un original. Estaría frustrando su labor primordial: la comunicación. Al fin y al cabo somos vehículos de comunicación y puentes entre diferentes culturas.

      Y Marie, por favor, no le quitamos el derecho a nadie de nada (ni siquiera de escribir con incorrecciones). Los derechos de autor ya los paga quien los tiene que pagar. Y entiendo que el original no pertenece al traductor pero tampoco me pertenecen sus errores ya que, como profesional de las lenguas y la traducción, me tengo que encargar de detectarlos para que no se perpetúen en el texto meta.

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  4. Anna Barcelona-Berlín

    Hola! Una nueva por aquí :).
    Yo creo que el problema está en que estamos mezclando churras con merinas… Una cosa es un texto literario, al que yo creo que sí habría que respetarle los juegos sintácticos, ortográficos y demás: anda que como alguien le hubiera corregido los signos de puntuación a Saramago… Cambiarle el estilo sería cambiar la esencia de la obra misma, y si es mala, es mala (faltaría más, que se vendiera más la traducción que el original… y seguro que ya ha pasado).
    Otra cosa muy distinta, sin embargo, es encontrarnos con un tipo de texto más pragmático, cuya función principal sea la de informar. Si hablamos de una errata, yo creo que no cuesta nada comentarlo al cliente e introducir el cambio. Si el texto es un (poco) desastre… Entonces creo que hay que valorarlo todo: si andamos muy apurados, no se acepta el encargo y punto (pensando un poco en el empresario ese que llevamos dentro); si tenemos tiempo, ganas, y ganas de cuidar al cliente, pues a mejorar lo presente. La única opción que descarto, pues, es la de mandar una traducción ininteligible o tan confusa como el original. Resumiendo: no creo que haya una solución definitiva, hay que adaptarse a la situación 🙂

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