Respeto, conocimiento y comunicación con el cliente

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Fotografía: Deskinet.net

Respeto. Esa palabra de tres sílabas, redonda, hermosa cuando aparece escrita y melodiosa cuando llega al cerebro a través de nuestros oídos. Esta palabra de naturaleza etérea, diversa, adornada por todas y cada una de las personas que desean incorporarla a sus vidas debería ser la base de nuestras relaciones personales y profesionales. El problema es que la carencia de respeto, la desconsideración, en suma, la falta de escrúpulos son males de rápida propagación y encuentran vías de contagio con suma facilidad. Y en ocasiones, la cepa de este virus se vuelve resistente y es harto complicado encontrar la vacuna adecuada para combatirla.

El oficio del traductor no es ajeno a este mundo y sufre las consecuencias lógicas de comportamientos, al fin y al cabo, intolerantes con nuestra labor. Estas actitudes toman cuerpo a través de una acusación directa, una expresión velada y malintencionada, una contestación ignorante, o, simplemente, mediante el silencio más canalla. Uno, con el tiempo, aprende a relativizar este tipo de cosas pero eso no es óbice para que en nuestro fuero interno sintamos un escozor parecido al que provoca una irritación por sarpullido. Quizá la vacuna existe, pero en mi caso, no es efectiva en la totalidad de los casos remitidos.

Todos hemos escuchado, e incluso hemos sido partícipes de lamentos, quejas, denuncias y tantos otros clamores justificados por parte de nuestros colegas de profesión pero, luchar por nuestros derechos, debería ser algo más que proferir una sucesión interminable de gruñidos. Nada se consigue si cerramos bajo llave nuestras reivindicaciones en una estancia incomunicada. Ahí se quedan, sin dueño, sin orden, apelotonadas, unas encima de las otras, solapándose unas, peleándose otras, dando como resultado un batiburrillo de demandas no escuchadas, no explicitadas, no comunicadas.

Y es que creo que los traductores, paradójicamente, no sabemos comunicarnos bien con el cliente. Y parte de la culpa es nuestra. Alguien no puede ser respetado si no se gana el respeto de los demás. Y quizá nosotros, como colectivo, no sepamos hacernos respetar. Conocemos al dedillo todos los entresijos de la profesión, la labor que hay más allá de una pantalla de ordenador pero, ¡vaya!, ciertos clientes siguen viéndonos como unos tipos que dicen saber idiomas, cuentan con la ayuda de diccionarios, y para colmo de males, cobran caro. Como colectivo social tenemos una importancia enorme, nuestros servicios cada vez son más demandados pero nuestra figura parece tener un prestigio que en la práctica no se materializa. Absurdo, ¿verdad?

No sabemos proyectar nuestra imagen, nuestro oficio y toda la maquinaria que se pone en marcha después de recibir un original. Supongo, siendo bien intencionado, que el status quo del traductor cambiaría si el cliente desconfiado y receloso supiera de primera mano que lo nuestro no es cuestión de situarse ante un ordenador y aporrear teclas por obra y gracia de nuestro a veces cuestionado dominio del idioma. Bien sabemos que un traductor no es solo eso. Pero, ¿acaso no es estéril que un grupo cohesionado por ideas afines demuestre incapacidad a la hora de trasladar al público general cuáles son las entrañas de su profesión?

Todos valoramos la labor de un médico, de un barrendero, de un juez o del panadero de la esquina. ¿Por qué? Simple y llanamente porque sabemos a qué se dedican y cuáles son sus competencias profesionales. Valoramos su contribución a esta, nuestra sociedad y no se pone en tela de juicio su desempeño profesional. El traductor, desgraciadamente a día de hoy, no se ha podido desprender de nefastos clichés que nos encasillan en roles trasnochados. Duele que nos consideren careros, que regateen nuestras tarifas hasta la saciedad, que ninguneen nuestro trabajo cuando sabemos, precisamente, que éste merece una justa recompensa y que, en absoluto, pretendemos engañar a nadie. Pero, probablemente, no hemos hecho demasiado por evitarlo.

¿Soluciones? Primero, no ver únicamente la paja en el ojo ajeno y hacer propósito de enmienda. Tal y como decía Machado, “todo lo que se ignora, se desprecia” por lo que estimo que somos cómplices de que el desconocimiento se haya extendido, y como tal, haya adquirido confianza. Ser profesionales íntegros será el principio de algo bonito pero hay que ir más allá. Trasladar y humanizar nuestra profesión debería ser un imperativo para conseguir la justa consideración por parte de la sociedad que demanda nuestros servicios. ¿Ideas?… No debe ser fácil desmenuzar una profesión tan compleja como la nuestra para que los profanos en la materia puedan acertar a comprenderla, aunque sea en parte.

Mas, creo que no hemos realizado demasiados esfuerzos conjuntos. Educar al cliente de forma particular, hacer la guerra por nuestra cuenta, está bien pero la repercusión es imperceptible para un colectivo tan heterogéneo como el nuestro. Organizar conferencias y seminarios de traducción e interpretación nos convierte en mejores profesionales, mucho más completos, mucho más letrados pero acaso acercar la figura del lego a la traducción sea el próximo paso necesario para que la sociedad nos otorgue el relieve que merecemos. Mientras tanto, valoremos a aquellos clientes que respetan plazos, se ajustan a nuestras exigencias y pagan lo estipulado en el presupuesto. Habremos ganado una batalla sabiendo que la guerra será larga y persistente.

4 comentarios en “Respeto, conocimiento y comunicación con el cliente

  1. Pablo Bouvier

    Hola, Raimundo: No te falta razón en cuanto a todo lo que has descrito. Pero, creo que existen varias razones adicionales.

    Una es la de que debemos perder el miedo a decir NO y abandonar la peregrina idea de que «el cliente siempre tiene la razón». El cliente tiene la razón cuando la tiene y no la tiene cuando no la tiene. Verdad incontrovertible de Pero Grullo, conde o marqués, no recuerdo bien ahora.

    Un buen cliente, para un servidor, es aquél que escucha atentamente todo aquello que tengas que decirle. ¿Por qué? Pues, por la sencilla razón de que «difícilmente podremos comunicarnos bien con un cliente que no quiere escuchar». Y, este último, es un mal cliente del que debiéramos huir como del mismísmo Baal Sebaoth, ya que, más tarde o más temprano, nos traerá problemas en forma de queja por no haberle informado de tal o de cual.

    Otra de las razones es la del intrusismo no profesional. Actualmente, cualquier persona que se queda en el desempleo y con un mínimo conocimiento de un idioma, se apunta a la profesión – que no oficio – de traductor. Y así nos lucen las guedejas.

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    1. rairizo Autor

      Efectivamente Pablo. Estoy de acuerdo con la práctica totalidad de tus apreciaciones.

      Y me gusta que saques a colación el tema del intrusismo profesional. Esto daría para un debate bastante jugoso.

      Lo que realmente creo es que los traductores tendemos inconscientemente a mirarnos el ombligo y a protegernos los unos a los otros por lo mal que nos trata el mercado (bien cierto) pero no reparamos en que quizá los clientes nos mirarían de otro modo si conocieran realmente en qué consiste nuestro oficio. Eso es algo que creo se debería potenciar para que la relación traductor-cliente fuese más satisfactoria.

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  2. Leon Hunter

    >Mientras tanto, valoremos a aquellos clientes que respetan plazos, se >ajustan a nuestras exigencias y pagan lo estipulado en el presupuesto. >Habremos ganado una batalla sabiendo que la guerra será larga y >persistente.

    ¡Así lo estamos haciendo muchos! Estoy plenamente de acuerdo con la afirmación, hay que valorar al cliente que es buen cliente y darle un trato especial. Sin embargo, en traducción resulta muy difícil separar a los clientes en niveles de «tanto pagas, tanto te dan». Cuando trabajaba en hostelería se dispensaba un trato diferenciado a los clientes de «tours» y a los clientes directos (reserva directa con el hotel). Comían en salas diferentes y el menú era distinto. También lo era el trato y los detalles (mini bar, etc.). En traducción resulta muy difícil darle a uno de esos clientes «ratas» que se queja y regatea un trato distinto: no le podemos dar una traducción mala o menos revisada por eso. En fin, daría para otra entrada porque es muy difícil establecer niveles de calidad en traducción cuando siempre se exige la máxima calidad para todo encargo.

    Enhorabuena por el blog; me han encantado la cuidada y exquisita redacción y el uso del lenguaje y las citas… Eres un maestro del arte de escribir bien.

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  3. lrr

    Toda comunicación debe disponer de un emisor y un receptor, además de un canal adecuado. Y simplemente con este esquema tan básico la comunicación se hace efectiva, aunque se trate de un proceso comunicativo a nivel superfluo y básico, es decir, de supervivencia. Pero una buena comunicación necesita de otras muchas cosas, entre ellas, la intención de cada uno de los integrantes y la codificación del lenguaje. Donde los nexos pueden llevarnos a muchas vías comunicativas, y entonces sí, poder: RESPETARNOS.

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